día 4
"El santo del día a día: ora, lucha y confía"
DOMINGO SAVIO
Estudiaba en el oratorio el joven Urbano Ratazzi, sobrino del Ministro del
mismo nombre. Así lo habían querido sus padres y Don Bosco no tuvo inconveniente
en aceptarlo. El Ministro era amigo personal de Don Bosco y éste le hizo el
favor.
Pero resulta que a Urbano se le subieron los humos a la cabeza, tal vez, por ser
familia del Ministro y quiso hacer en el oratorio lo que le daba la gana. Un día
él y un grupo de compinches llenan de nieve la estufa del salón donde están
jugando los demás compañeros, y estropean la calefacción.
Urbano se ríe y disfruta de la gracia, mientras los otros se mueren de frío y de
rabia.
Se oye una voz en la sala. Es la voz de Domingo que recrimina a Ratazzi:
-Eso está mal hecho. Don Bosco lo ha prohibido terminantemente. Haces el
ridículo. Ayer mismo Don Bosco lo repitió varias veces y tú, con la mayor
frescura, te burlas de sus órdenes.
Cerca de Domingo está Francisco Cerruti, alumno que hace poco ha entrado en el
oratorio y que es testigo del hecho. Urbano se enciende, la ira se le sale por
los ojos y la boca y descarga una gruesa letanía de insolencias contra Domingo.
Al ver la serenidad de Domingo, Ratazzi se enfurece más y le descarga dos
fuertes puñetazos. Domingo baja la cabeza en silencio. Ha ofrecido sus dos
mejillas y su pensamiento vuela al altar del sacrificio, donde a diario pasaba
él sus ratos contemplando el rostro ensangrentado de Cristo.
Enseguida viene uno de los asistentes a poner orden. Domingo, como si nada
hubiera pasado, ayuda a ordenar el local. A quien le pregunta por qué ha
permanecido en silencio, responde con sencillez, que ha trabajado tanto en
dominar el carácter, en no perder el control, en imitar a Cristo, que en aquel
momento ha sabido poner freno sus pasiones, con la ayuda de Dios.
Urbano Ratazzi abandonó pronto el oratorio. No podía dar rienda suelta a sus
caprichos y él mismo tomó la decisión. Siguió como su tío la carrera de la
política y más tarde llegó a ocupar el cargo de Ministro de la Casa Real.
Conservó, sin embargo, buen recuerdo de Don Bosco, y hablaba siempre de aquel
episodio:
-Aquella paciencia heroica de Domingo Savio me hizo más bien que todos los
sermones de mis maestros y superiores. Ese gesto valiente no se me borrará de la
memoria, si algo de bueno hay en mí todavía, se lo debo a ese joven.