día 5
Como Juan: "demostrar la fe por el amor"
DOMINGO SAVIO
Mondonio es el pueblo donde fijan su nueva residencia los padres de Domingo. Su nuevo maestro y amigo será el sacerdote José Cugliero.
Como en Murialdo, Domingo se entregará incondicionalmente a sus estudios. Nuevamente aquí se convierte en un alumno sobresaliente y en amigo de todos.
En veinte años de trabajo en la enseñanza -dirá su maestro Cugliero- jamás he tenido un alumno que se pueda comparar a Domingo.
De esta época de su vida es el episodio que narramos a continuación, tomado directamente de su maestro Cugliero. Aquel día las clases comenzaron como siempre. El maestro nota algo raro en el ambiente. Abre y cierra la puerta. Da unos pasos. Levanta la cabeza con ojos escudriñadores. Hace un frío insoportable. Finalmente estalla un rumor de voces y de risas. -¡Silencio!, grita el maestro, dando un golpe sobre la mesa ¿qué pasa? Ve la estufa llena de piedras, de tierra: -¡Esto es insoportable!
Enfurecido amenaza con no dar más clase hasta que se descubra al culpable. Carlos, un alumno inteligente y vivo, pero con fama de travieso, se pone de pie: -Maestro, cuando nosotros entramos al salón, el único que estaba adentro era Domingo.
El maestro y los demás alumnos miran hacia el puesto de Domingo. Este baja los ojos y cambia de color. Comprende que el momento es penoso y difícil. Se pone a prueba su virtud.
Por un momento reina el silencio en el aula. Nadie puede creer que haya sido Domingo. Los culpables del hecho lo habían planeado todo bien. Ellos hablan y acusan. Domingo calla.
El maestro se dirige finalmente a Domingo y lo reprende fuertemente. -¡Debías ser tú con esa carita de hipócrita! ¿te das cuenta del mal rato que me has hecho pasar? ¿no te enseñan en tu casa educación? Voy a llamar a tu madre para que conozca al angelito que tiene en su casa. Mereces la expulsión. Por ser la primera vez voy a tener consideración contigo. Ve y ponte ahí de rodillas.
Domingo, sin decir palabra y con los ojos bajos, camina hacia el centro de la clase y se arrodilla sintiendo en sí todo el peso de aquella humillación. Todo se supo al día siguiente, cuando aparecieron los verdaderos culpables.
el profesor le preguntó por qué no se había defendido y él respondió: "Es que Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron injustamente. Y además a los promotores del desorden sí los podían expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han cometido faltas. En cambio a mí, como era la primera falta que me castigaban, podía estar seguro de que no me expulsarían". Muchos años después el profesor y los alumnos recordaban todavía con admiración tanta fortaleza en un niño de salud tan débil.