día 3
Aunque es de fuera ha llegado
para estar a nuestro lado.
DIEGO ERNESTO
Más que palabras propias del Padre Ernesto, podemos leer vivencias de Diergo Ernesto Wilson Plata en relación al tema tratado este día 3: Los forasteros.
Del Libro “Diego Ernesto una luz de Esperanza”
Escrito por Maleny Nieto Álvarez
Del CAPÍTULO XV
Por esos años habían acudido a Europa y en concreto a España, numerosos inmigrantes provenientes de países latino americanos y de África. Paco González, junto con otros españoles y algunos paraguayos, había constituido la Asociación de Paraguayos en Málaga que, al no tener sede, se reunían en el Centro Mies y celebraban la Eucaristía en la parroquia de San Juan. Diego Ernesto bendecía todas esas acciones y expresaba a menudo que eran las personas que actualmente necesitaban más ayuda y cariño por nuestra parte.
En octubre, se había venido a vivir a la fraternidad una chica paraguaya, Mariela, y como signo de este deseo de acercamiento a los más oprimidos, Dios permitió que sería con una persona inmigrante con la que conviviríamos los últimos meses de su vida y en un edificio prestado por el obispado, el de la Rampa de la Aurora, desde donde el Señor lo acogería en sus brazos.
Del CAPÍTULO XVIII
Diego Ernesto, en sus visitas mañaneras a personas necesitadas, había conocido a un gitanillo, Juanito. Durante mucho tiempo iba todas las semanas al Centro Mies. Todos los que vivíamos allí lo conocíamos.
“Padre, es Juanito”, y Ernesto siempre le daba algo. Un día, Juanito le dijo: “Padre, ¿por qué haces esto por mí? Diego Ernesto le dijo: “porque te quiero mucho”. El muchacho se echó a llorar.
Un día se presentó con un aparato de televisión pequeñito.
- Padre, esto es para ti.
- No lo habrás robado ¿no?
- No, Padre, me lo ha dado mi hermano, pero yo te lo regalo a ti. - Era una manera de demostrarle su agradecimiento.
En algo que coinciden muchos de los que han conocido a Diego Ernesto es que notaban su cariño, cada uno se sentía personalmente querido por él, y eso hacía que se acercaran más a Dios. Él admiraba y copiaba a nuestro mentor San Juan Bosco en su dedicación a los “birriquinis”, los muchachos más abandonados por la sociedad.
Y es que Diego Ernesto les mostraba el verdadero rostro de Dios. Un Dios que es Padre, Papá bueno, que no castiga, que perdona. No un Dios tontorrón, sino un Dios cercano, un Dios que más que normas y leyes lo que da es AMOR.
Como todos los Misioneros de la Esperanza, pagaba mensualmente su cuota y tenía apadrinados a dos niños africanos por Ayuda en Acción, primero un niño y después una niña, Nandawu, porque no quería limitarse sólo a nuestra misión. También porque el continente africano le atraía mucho, tan empobrecido y tan necesitado. Cada día rezábamos el rosario misionero por todos los nuestros y por todas las misiones de la Iglesia.