día 3
Como Juan: "vivir unido a Jesús"
DOMINGO SAVIO
Toda persona que tuviera la suerte de ver comulgar a Domingo, recibía una
impresión gratísima. Parecía un Angel. Su preparación y acción de gracias a la
Eucaristía, era realmente edificante; poco común en un joven de esa edad.
Después, durante el día, iba también a la Capilla, para pasar unos momentos de
recogimiento y oración.
Consideraba un honor y un premio el poder participar en una procesión
eucarística. En algunas ocasiones Don Bosco lo envió vestido de monaguillo a
participar en la procesión del "Corpus", en la Iglesia de la Consolata, y era el
mejor regalo que le podían hacer.
Comulgaba todos los días, y a cada comunión le ponía una intención particular.
"Lo vi varias veces afirma el Sacristán- solo y recogido, arrodillado en un
ángulo cerca del altar, en diálogo largo y fervoroso con el Señor".
Un joven corre a la pieza de Don Bosco para decirle que Domingo ha desaparecido
del oratorio. Lo han buscado por todas partes... y nada.
¿Posible? -exclama Don Bosco preocupado, mientras una idea cruza por su mente-.
Don Bosco, solo, sin que nadie se de cuenta, va a la Iglesia, y allá, detrás del
altar, medio escondido, está Domingo. Don Bosco se le acerca, lo sacude
suavemente. Domingo sorprendido pregunta:
- ¿Ya terminó la misa? Don Bosco le dice la hora:
- Son las tres de la tarde.
Domingo se asusta y pide perdón. Entonces, Don Bosco lo lleva consigo al comedor
para que coma algo y enseguida lo envía a las clases, recomendándole que a quien
le pregunte dónde estaba, responda que había salido por orden suya. Este
episodio, que no es el único, demuestra la grandeza y sublimidad de ese joven,
que había llegado ya a las cumbres místicas del éxtasis.
Domingo había permanecido en éxtasis más de cinco horas. Por la noche madre
Margarita comentaba el hecho con Don Bosco y le decía:
- Cada día estoy más convencida de que este jovencito es un santo de verdad. El
día menos pensado empieza a hacer milagros.