Los Misioneros de la Esperanza redescubrimos la misión en una mirada hacia el interior de nosotros mismos. Sólo desde ahí se oye la voz del Espíritu que nos envía y nos hace entender y amar al hermano. Es el Espíritu quien nos guía y nos anima en la generosidad y disponibilidad porque nos ayuda a entender y a entendernos en los planes de Dios, que no son una amenaza sino una garantía. Lo contrario es desentenderse, dejar incluso de ser uno mismo. Desde el Espíritu somos capaces de oír las voces de quienes nos necesitan. De otro modo, ni aún entre los clamores y los gritos prestarán atención nuestros oídos a la voz de Dios que nos interpela y que nos ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres.