En la Asociación Pública de Fieles MISIONEROS DE LA ESPERANZA, la situación de vida matrimonial, y por extensión los novios y miembros solteros en esta etapa previa, es una autentica llamada (una vocación) a un peculiar (carismático) estado de vida, consagrado a Dios, mediante un compromiso de Vinculación a la Asociación o mediante la emisión de unas Promesas o Votos, que añade y concreta el vínculo bautismal personal, única base del ser cristiano.
En cualquiera de los casos, Dios llama al seguimiento radical de Jesucristo, único centro y modelo en la vivencia cristiana, para dar testimonio visible en el mundo del amor divino trinitario, siendo "una sola carne" (Gén. 2, 24), sobre todo ante los jóvenes y niños (especialmente los más pobres), y teniendo a María de la Esperanza como Madre e Intercesora, la primera y mejor seguidora de Jesús.
La inmensidad de la persona divina de Jesucristo y la limitación humana, nos condiciona como Misioneros de la Esperanza, a seguir radicalmente sólo algunas de las actitudes de su vida histórica.
Tal modo de vida, está fundamentado en las enseñanzas de la Iglesia (la que Juan XXIII llamaba "Iglesia de Cristo") y en su desarrollo actual, que aporta a través de sus instituciones especializadas y que garantizan plenamente la fidelidad a Jesucristo, en su evolución con los signos de los tiempos.
Estas enseñanzas conforman el ser matrimonial MIES, dan singularidad a la forma de vivir radicalmente el cristianismo, satisfacen una espiritualidad carismática común y aportan un "aire de familia" propio y peculiar. Todo ello en beneficio de la Iglesia Universal y particularmente de los niños y jóvenes.
En primer lugar se opta por el abandono de vocablos tales como "cuerpo" y "alma", fruto de conceptos filosóficos antiguos, para dar reconocimiento a una unidad creada por Dios, teologalmente única e indivisible, como es la persona humana, íntegra en su ser.
Someramente consideradas, se pretende vivir como Consejo Evangélico, en y con la Iglesia, sus actitudes de:
Siguiendo las últimas enseñanzas conciliares, este ser tiene su base creadora en Dios-Trinidad, y es el fruto de ese amor entre las personas divinas. Como tal está llamado a vivir como iglesia doméstica, como una vivencia en común de los que quieren seguir a Jesucristo y ser salvados por Él. Igualmente, en este contexto de amor creativo, expansivo y exteriorizante, tiene valor cristiano la procreación del ser humano y sólo en este.
Este ser humano, creado por Dios a su imagen y semejanza, lo fue como macho y hembra (Gén. 5, 2), u otros vocablos semejantes (varón, hombre, masculino o bien hembra, mujer, femenino, etc.). Lo fue, siguiendo el único "pensamiento" divino de familia, comunidad, trinitario en definitiva. Es decir como dos personas diferentes, sexuadas (y no sólo física, o biológica, o sicológicamente, … diferentes), con distinta personalidad. Ambas personan completan la integridad y unicidad del ser humano creado por Dios, "por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y son los dos una sola carne" (Gén. 2, 24).
Así ellos, las dos personas sexuadas, en familia, comunitariamente, como indica la misma Iglesia, son los idóneos, con capacidad potencial, para hacer visible en el mundo el amor divino. De hecho, se le llama a este amor "caridad conyugal o esponsal" y lo es de forma individual y a la vez común (al "estilo" trinitario). Así, Jesucristo es llamado el Esposo, por antonomasia.
En todo momento no se debe olvidar el reconocimiento integral de la persona humana, individualmente considerada, citado anteriormente.
En este contexto el matrimonio aparece como la relación, o vínculo, estable que se instituye entre las dos personas sexuadas (diferentes) creadas por Dios, para hacer visible en el mundo su amor trinitario. Y como tal constituye el núcleo básico y fundamental de la humanidad. Todo ello independiente de la ideología, filosofía, creencia o increencia de los seres participantes.
Y, asimismo, sigue afirmando y desarrollando la propia Iglesia Universal, esta unión vinculante (matrimonio) resulta ser la más completa, y el testimonio más patente, del amor divino en el mundo. Se podría añadir, siguiendo los antiguos términos, como la unión completa y total de "cuerpos" y "almas", y con el Concilio Vaticano II que "por ello los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y, ejecutados de manera verdaderamente humana, significan y favorecen el don recíproco, con el que se enriquecen mutuamente en un clima de gozosa gratitud" (G.S. nº 49)
Esta idea, que actualmente se desarrolla en la Iglesia como Teología de la Familia o del Cuerpo, desde casi el principio ha sido parte integrante de la espiritualidad del matrimonio MIES. Tan es así que se puede considerar en el fundamento del ser matrimonial MIES, consagrado en el mundo a modo de cristianos que siguen radicalmente, como vocación, a Jesús, el Consagrado, el Ungido.
A esta realidad, conociendo la debilidad y fragilidad humana, Jesús aporta una Alianza propia, vivida en dualidad, con el Sacramento del Matrimonio, que la Iglesia Católica dispensa a sus fieles, porque "el Señor se ha dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la gracia y la caridad" (G.S. nº 49). Es claro y evidente el simbolismo de las bodas de Caná, en el Evangelio de Juan: Jesucristo está presente, y se presenta como el "vino mejor", solucionando un problema matrimonial en los contrayentes ya desde el principio de su vida conyugal, con la intersección de María.
Por ello los Misioneros de la Esperanza no pueden obviar en sus vidas esta realidad, ya que de otra manera se incurriría en contradicción. Y están llamados a vivir esta vocación de estado, de forma peculiar y carismática, siguiendo radicalmente a Jesucristo, dando testimonio del amor de Dios ante los jóvenes y los niños, resultando ser la forma visible actual, cada uno en su ambiente, de la presencia providencial y misericordiosa de Dios en el mundo.