Se explica partiendo de la base de que nadie da lo que no tiene. Si el Mies tiene como principal objetivo de su apostolado el llevar a los hombres a Dios, se ha de suponer que debe ser una persona de una profunda relación con Dios, con una vida sobrenatural que se alimenta de la oración y de los sacramentos. El Misionero vive según se concreta en la espiritualidad del carisma Mies. Es apóstol por amor y sólo condicionado por el amor. No espera recompensas por su quehacer apostólico, sino que es consciente de que su vida es para el Evangelio. Manifiesta una gran fidelidad en la entrega a pesar de las dificultades y sufrimientos que ha de encontrar, y asumiendo los riesgos por pura fe. Es apóstol a tiempo y a destiempo. Y, confiando en el poder de Dios, se hace fuerte en sus flaquezas, audaz y optimista y actúa con convicción y decisión.
El Misionero es ante todo testigo de Dios. Anuncia a Cristo y éste crucificado. Es Testigo de la Esperanza y testigo de la Resurrección de Cristo. Actúa bajo la acción y el envío del Espíritu Santo.
El apóstol Mies muestra a los demás la vida de Jesús con su propia forma de vivir. Sus actitudes y criterios son los de Jesús, los del Evangelio. Sus conversaciones y decisiones están siempre pasadas por el tamiz de Jesús y de la doctrina de la Iglesia. Debe siempre predicar con el ejemplo en todos los ámbitos de la vida y no sólo en el apostólico. Su vida ha de reflejar el Evangelio, especialmente el espíritu de las Bienaventuranzas.
Es, por vocación, un convencido transmisor de la Devoción a la Virgen María. En la propagación de esta devoción se encuentra una finalidad y una sena clara de identidad de Misioneros de la Esperanza.