La evangelización tiene como fin el de hacer conocer y vivir la Buena Noticia del Reino. Esto no se realiza de cualquier modo. No basta con dar a conocer el dato de que en Jesús se ha cumplido la Promesa. La evangelización pretende la adhesión a Dios, una adhesión vital, personal y comunitaria (EN 23), la incorporación de los pueblos a la fraternidad de los hijos de Dios (GS 32) y la liberación integral de las personas en la cooperación por la construcción del Reino (AA 5). Sus fines, como vemos, son tan amplios como ambiciosa es la salvación que Dios pretende.
La pastoral de la infancia y la juventud tiene una clara dimensión educativa que comporta una atención especial al crecimiento personal y armónico de todas las potencialidades que el joven y el niño llevan dentro de sí, razón, afectividad, deseo de absoluto; una atención a su dimensión social, cultivando actitudes de solidaridad y de diálogo, y estimulando un compromiso por la justicia y por una sociedad de talla humana; una preocupación por la dimensión cultural, etc. Pues la evangelización no es añadir un conocimiento religioso junto a contenidos que le resultan extraños, sino plantear una acción que alcanza y transforma los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos vitales.
Del mismo modo, los distintos proyectos apostólicos y los centros de jóvenes y niños son plataformas magníficas de acción social “ad extra” (hacia fuera), no sólo en lo que tienen de formativo sino como lucha real por la creación de situaciones de justicia y por la construcción del Reino.
Nuestra tarea evangelizadora no se reduce a un aspecto humano o de justicia, es también anuncio de Cristo, provoca el conocimiento de Cristo y de su Madre, la vivencia de la fe en la comunidad eclesial y la incorporación a la misión de la Iglesia de aquellos que descubran la fe.