día 5
"Los Gálatas entendieron
que para ser libres Jesús nos liberó primero"
CUENTO
CUENTOS SOBRE LA LIBERTAD
Atrapada en Tururulandia
Tururulandia era un pequeño
y precioso país de juguete que había hecho Paulina Perfectina con sus
construcciones. Paulina cuidaba constantemente Tururulandia para que todo
estuviera en orden, y mantenía los muñecos rojos junto a sus casas rojas, y los
niños verdes jugando en los columpios del parques verdes, y los papás hablando
todo el día junto a la plaza. Era un país tan bonito y perfecto, que Paulina
soñaba con poder llegar a vivir un día en Tururulandia.
Y sin saber cómo ni por qué, su sueño se cumplió, y un día despertó en mitad de
Tururulandia, vestida toda de rosa, y hecha de piececitas de juguete. ¡qué
maravilla! ¡ todo era como ella conocía! Y era realmente precioso.
Paulina esta totalmente feliz, y tras la primera sorpresa, corrió a ver los
columpios de los niños del parque verde. Pero antes de que pudiera llegar, una
mano gigante la alcanzó, y tomándola de un brazo, la llevó de nuevo junto al
gran palacio rosa. Paulina quedó un poco extrañada, pero enseguida lo olvidó,
porque vio sus queridas casas rojas, y hacia allí se dirigió. Pero nuevamente,
antes de llegar a ellas, la gran mano volvió a aparecer, y la volvió a dejar
junto al palacio.
- No te esfuerces-dijo
una princesita rosa que asomaba por uno de los balcones-
nunca podrás abandonar la zona
rosa
Entonces la princesita explicó a Paulina cómo la gran mano nunca dejaba moverse
a nadie en Tururulandia, y que aquel era el país más triste del mundo, porque
nadie podía decidir qué hacía ni dónde iba. Y Paulita miró las caras de todas
las figuritas y muñecos, y comprobó que era verdad. Y se dio cuenta de que
aquella gran mano era la suya, la que utilizaba siempre para mantenerlo todo
como ella quería.
- ¿Pero entonces? ¿No os gusta
vivir en un país tan bonito y organizado?- terminó preguntando
Paulina.
- Si no podemos elegir qué
hacemos o a dónde vamos, ¿para qué nos sirve todo esto?- le
respondieron - Si tan sólo tuviéramos un día para ver otras cosas... ¿no lo
entiendes?
Y vaya si lo entendió. Tras unos pocos días sin poder decidir nada por sí misma,
ni moverse del castillo rosa, Paulina estaba profundamente triste; tanto, que su
precioso país le daba totalmente igual.
Hasta que una mañana, se despertó de nuevo en su vida normal, y al llegar junto
a su país de juguete, lo primero que hizo fue cambiar las figuritas de sitio. Y
así, cada vez que encontraba una fuera de su lugar, en vez de devolverla
inmediatamente a su sitio, esperaba un día, para que tuviera tiempo de disfrutar
de aquel bello país.
Y muchas veces, en el colegio y en casa, trataron de explicarle en qué consistía
la libertad, y lo importante que era. Pero no le hacía falta, para saber lo que
era la libertad, sólo tenía que recordar la tristeza extrema que sistió aquellos
días en Tururulandia.
Manos largas el pirata bueno
Manos Largas era un niño
pirata, hijo, nieto y bisnieto de piratas. Él realmente nunca había robado nada
ni asaltado ningún barco, pero en su familia todos daban por seguro que sería un
pirata de primera. Sin embargo, a Manos Largas no le atraía para nada la idea de
dedicarse a robar a la gente. Lo sabía porque de pequeño uno de sus primos le
robó uno de sus juguetes favoritos y aquello le había sentado fatal.
Según fue creciendo, el bueno de Manos Largas empezó a angustiarse con la idea
de que en cualquier momento surgiera su verdadera personalidad de pirata, y no
pudiera evitar dedicarse al robo, al abordaje y los pillajes. Cada mañana, al
despertar, se miraba al espejo para ver si se había producido aquella horrible
transformación que tanto temía. Pero cada mañana tenía el mismo aspecto de buena
persona del día anterior.
Con el tiempo, todos se dieron cuenta de que Manos Largas no era un pirata como
los demás, pero era tan larga la tradición familiar de estupendos piratas, que
ninguno se atrevía a decir que no era pirata. "Simplemente", decían, "es un
pirata bueno", y lo seguían diciendo a pesar de que Manos Largas hubiera
estudiado medicina y dedicara sus días a cuidar de los enfermos de la ciudad.
Sin embargo, Manos Largas seguía temiendo convertirse en pirata, y cada mañana
seguía mirándose al espejo. Hasta que un día, viéndose viejecito, y mirando a
sus hijos y sus nietos, ninguno de los cuales había llegado a ser pirata, se dio
cuenta de que ni él ni nadie tenía que ser pirata ni ninguna otra cosa de forma
natural ni por obligación. ¡Todos podían ser lo que hicieran de sus vidas! Y él,
que había sido lo que había elegido, se sentía profundamente satisfecho de no
haber elegido la piratería.
La hadita de las almohadas
Hace mucho tiempo, miles de niños en el mundo no sabían distinguir qué estaba bien o mal. Eran capaces de pegar a su hermano pensando que aquello estaba bien hecho, o de estar arrepentidísimos por haber estado ayudando a mamá o haber recogido la habitación. Las hadas se pasaban todo el día explicando qué estaba bien o mal, y resultaba un trabajo tremendamente cansado y aburrido.
Chispa, una hadita divertida, pensó que alguna forma mejor tendría que haber de enseñar aquellas cosas, y se le ocurrió inventar una almohada parlanchina para Alicia, su niña favorita.
Al acostarse, la almohada
preguntaba a la niña:
- Dime, niña ¿qué cosas has hecho hoy?
Y según Alicia le contaba
cosas malas, comenzaba a hacer ruiditos molestos, y le salían bultos redondos e
incómodos, de forma que la niña apenas podía dormir. Pero si contaba cosas
buenas, la almohada parlanchina ronroneaba, le daba las buenas noches, y
terminaba tocando una dulce y suave música hasta el día siguiente.
En muy poco tiempo, Alicia aprendió cómo hacer que su almohada tocara música
todos los días, y la hadita Chispa decidió utilizar la almohada con otra niñita
que le daba mucho trabajo. Al principio, Alicia tuvo miedo de olvidar qué estaba
bien, pero recordó las palabras que oía cada noche, y se dijo a sí misma.
" A ver, Alicia ¿qué has hecho hoy?"
Entonces, descubrió con agrado que ella misma sabía qué cosas había hecho bien o mal, y se dormía estupendamente cuando habia sido buena. Y como con la almohada, le costaba dormir si había hecho algo mal, y sólo se quedaba tranquila cuando se prometía arreglar todas sus faltas al día siguiente.