De bien pocas personas puede decirse con alegría lo que de nuestro hermano Pepe Navarro: su vida ha sido un regalo de los abundantes frutos de Dios. Nació en Caniles pero crecería en Baza, donde su padre, Emiliano, era director escolar. Quizá de él aprendió la sana preocupación por los hijos de la que tanto nos ha enseñado, pues Pepe era tan buen alumno, que llegada la edad de iniciar estudios superiores, su padre solicitó otro destino que les condujera a una ciudad con Universidad: Granada, Valencia, Málaga, por este orden, pues su idea inicial era Medicina, y en aquellos años nuestra ciudad del paraíso no contaba con esa facultad. Sin embargo, la mano de Dios empieza a hacerse fuerte en su vida y será Málaga, última en petición de destino, la que acogerá a la familia, de modo que Pepe estudia Perito Industrial. Y el Señor no le deja sin recompensa, ya que en la parroquia de la Amargura conocerá al cura Diego Ernesto, con el que será uña y carne en la creación de un proyecto maravilloso de vida, una vocación que Pepe vivió con absoluta entrega y a quien tanto debemos los Misioneros de la Esperanza. Así pues, desde los diecisiete años vive entregado a su apostolado con niños y jóvenes pero su brillante expediente lo lleva a Madrid, donde es contratado por una empresa americana. El padre Ernesto le escribirá una carta pidiéndole que vuelva porque la obra lo necesita. Ya ha conocido a la que será, junto al Señor, el amor de su vida, y de esa época hay cartas de Mari Pepa. Afronta el reto y quince días después ya tiene trabajo en Málaga: la empresa Tamese lo busca, pues de quien se ha fiado siempre dirige sus pasos y no lo deja sólo. El 17 de diciembre de 1967 Pepe y Mari Pepa (llave que abriría para siempre su ternura) se casan en la parroquia de la Amargura, y allí mismo celebraron sus bodas de plata, rodeados de todo el amor que les fue devuelto en tantas personas como les queríamos y, sobre todo, en sus cuatro hijas: Esther, María Victoria, Lourdes y María José. Siendo siempre el referente de los matrimonios en MIES, tan sólo meses después Mari Pepa lo cuidará desde el cielo, donde de seguro ahora ambos nos contemplan. Tras la muerte de Mari Pepa, la llama del sacerdocio lo impulsó a seguir viviendo en la ilusión de imitar a Cristo. Solo cuando creyó que sus hijas ya habían hecho las opciones más importantes, ingresó en el seminario donde además de completar su formación, vivió unos años felices. Diez años de cura por el cementerio, Almogía, Cómpeta, Canillas de Albaida, Árchez y la parroquia de San Ignacio, dan fe de su entrega al Evangelio y el día del Sagrado Corazón de Jesús, cuyo cuadro le pintó Diego Ernesto y lo tenía últimamente a los pies de su cama, el Padre lo acogió en su seno de inequívoco amor. Firma: Elena Picón