HOMILÍA DOMINGO XXII T.O-B (29 agosto 2021)
Mc 7, 1-23
No hace mucho tiempo se decía que la “letra con sangre entra”. Y se utilizaba la
palmetada en la mano, el arrojar la tiza, el tortazo o el ponerse de rodillas con lo brazos
en cruz como instrumento pedagógico. Elementos de la educación que estaban
normalizados y bien vistos. Pero en esa misma época en la educación religiosa se usaba
otro principio de la misma familia didáctica: “la fe con el miedo entra”. Y la catequesis y
la predicación reforzaban una moral férrea donde no vivir lo establecido podía tener
consecuencias eternas. En líneas generales, esta forma de iniciar en la fe alimentaba
muchas culpabilidades. Nos podemos imaginar las consecuencias que tenía en los “yo
torturados” con tendencias neuróticas y perfeccionistas. Pero todo pasa, ¿verdad?
Tenemos que recurrir a la famosa “ley del péndulo” que nos lleva al extremo opuesto. Así,
a nivel pedagógico, hoy se vive lo de “culto a la persona aunque no entre la letra”. Y en
lo religioso, “la fe, ni con miedo entra”. Hemos pasado de una vivencia de la fe aplastada
por la moral a otra sin consecuencias éticas; de una predicación moralizante a otra
donde cuesta relacionar la fe y la vida. Lo general es vivir al margen de la fe. Le seguiría
una vivencia de la fe no personalizada que no afecta a los distintos órdenes de la vida.
Desde luego, también están los que viven su fe en un proceso de creciente
profundización. Y lo curioso, si tenemos en cuenta los tiempos en los que vivimos, los
que viven con una necesidad dependiente agarrados a un conjunto de normas.
Con personas que se sitúan así se encuentra Jesús en el evangelio de este
domingo. Un grupo de personas muy religiosas le reprochan que sus discípulos no vivan
de acuerdo con las tradiciones de los mayores. La cuestión es esa, que eran tradiciones
de los mayores, no tanto prescripciones basadas en la Escritura. Y es cuando Jesús se
pone “asertivo”, es decir, no ofende, sino que dice lo que piensa ajustándose a la verdad.
Claro, y eso ofende mucho. Les dice que su culto es vacío, que su corazón está lejos de
Dios, que prefieren la tradición de los hombres a la voluntad de Dios y que lo que nos
hace impuros es lo que hay en el corazón de cada uno.
Cada tiempo tiene elementos que favorecen la vivencia de la fe, y otros que nos
ponen en la tentación de abandonarla o deformarla. En este momento que nos ha tocado
vivir existen dos tentaciones que se encuentran cada una en el extremo opuesto. Una de
ellas está representada por los fariseos y escribas del evangelio. Ante la increencia del
contexto algunos tendemos a replegarnos y defendernos del ambiente que sentimos
como hostil. Necesitamos creernos poseedores de la verdad basando la relación con los
de fuera en un ataque a su inmoralidad o ignorancia. Nuestra seguridad se basa en el
cumplimiento estricto de una serie de normas que siempre tienen la última palabra. La
misericordia en las situaciones de la vida queda subordinada al cumplimiento de la ley. La
otra tentación es una vivencia de la fe acomodada. En un mundo donde se desplazan los
elementos religiosos, la fe vivida de esta manera sólo consistiría en no desplazarlos, sino
conservarlos. Lo que diferenciaría a un creyente de un no creyente es que el primero
tiene prácticas de índole religiosa, pero que no afectan a la vida. La alternativa cuál sería:
personas con una fe personalizada que vivan con actitud de discernimiento. Una fe que
se construya desde un encuentro que llame a un proceso de conversión. Creyentes que
colaboren con la iniciativa gratuita del Espíritu creando esas condiciones de posibilidad
que permitan el crecimiento. Hombres y mujeres que sepan aplicar pensamiento para dar
razón de su esperanza; que se habitúen a entrar en el silencio gratuito de la
contemplación de la Palabra o de la celebración; que intenten vivir con calidez evangélica
lo cotidiano de la existencia; que sepan preguntarse cómo actuar en cada momento
según el querer de Dios.