HOMILÍA SOLEMNIDAD CRISTO REY-C (20 noviembre 2022)
Lc 23, 25-43
Hoy celebramos la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Y sigue siendo una
paradoja que presentemos a nuestro rey estando crucificado. Resulta que el «marketing»
iluminado por la fe está en las antípodas del «marketing» convencional. La escena de
entronización que presenta el evangelio de esta solemnidad no se desarrolla en un salón
majestuoso repleto de seguidores que aplauden y hacen reverencias, sino en un monte
donde muchos contemplan callados, los más poderosos insultan y se mofan y la única
compañía del supuesto rey tiene discrepancias en torno a su persona. Veamos.
En la escena del calvario hay dos actitudes representadas. La primera no acepta a Jesús
como rey. Desde su seguridad doctrinal (magistrados), desde el poder violento (soldados)
o desde una situación límite (ladrón) se burlan de Jesús y le piden que se salve a sí
mismo como signo de su realeza. La otra postura está representada por el «buen ladrón».
También vive una situación límite, pero cree en la inocencia de Jesús, en su realeza y en
su poder: «Acuérdate de mí». Si en esta escena hay algún irracional e ilógico es,
precisamente, el buen e «insensato» ladrón. Su fe le hace ver una realidad que está más
allá de la realidad comúnmente frecuentada. Pongamos un ejemplo.
Vivimos en un mundo donde la historia es la historia de las guerras; en el que cada
conflicto provoca miles, millones de muertes. Un mundo donde la vida de la mayoría está
en manos de la minoría. En este mundo de belleza y barbarie siempre se ha esperado en
algo o en alguien trascendente. Y en este mundo de fuerzas de destrucción
descomunales, donde después de miles de años tenemos que seguir esperando, hay
personas que se ponen delante de una «panecillo eucarístico» y dicen: «Acuérdate de
mí». En el hoy, esta escena puede provocar la misma hilaridad que provocó en muchos
ver al buen ladrón decir a un moribundo crucificado: «Acuérdate de mí». Pero resulta que,
en una situación de sufrimiento e indefensión extremas, por lo visto, alguien puede creer
en la fortaleza de la debilidad absoluta; alguien, con motivos para la desesperación,
puede esperar en el que parece que nunca termina de llegar. Es fe pura y dura. Es creer
desde ese reducto del corazón que solo vive de abandono y confianza, más allá de las
sensaciones y las convicciones.
Desde ahí, hoy, Rey del Universo, podemos decir: «cuando siguen cayendo bombas
poderosas que destrozan vidas, a ti, frágil eucaristía te pedimos: “Acuérdate de
nosotros”. Cuando siguen silenciándose por los poderosos los Derechos Humanos más
elementales, a ti, Rey Humilde te decimos: “Acuérdate de ...”. Cuando los cánones
dominantes son de la perfecta belleza y eterna juventud a ti, Rey Desfigurado te
presentamos a todos los que no tienen belleza alguna».
Y mientras surgen risas en nosotros mismos ante lo absurdo de la petición y el
razonamiento, otra parte de nosotros escucha en el silencio oscuro: «Hoy estarás
conmigo en el Paraíso».