HOMILÍA DOMINGO XXVII T.O-C (2 octubre 2022)
Lc 17, 5-10
El Evangelio de este domingo comienza con una petición muy clara de los discípulos a
Jesús: «Auméntanos la fe». Si observamos nuestro contexto más cercano, religiosamente
hablando, este ruego nos viene muy bien. Siempre se ha hablado del «homo religiosus».
El ser humano siempre tenía una tendencia innata a conectar con algo que lo trascendía,
prueba de la existencia de un Dios Creador. Pero si hablamos en pasado es porque en
algunos lugares del mundo eso ya no es así. Ahora, según dicen los entendidos, tenemos
que comenzar a hablar del «homo a-religiosus», de tantas personas que ni siquiera se
toman la molestia de rebatir la existencia de Dios, simplemente se han acostumbrado a
vivir en total indiferencia con respecto a lo divino. Esta falta de fe, ¿afectará también a
aquellos que decimos creer? ¿Será que somos más increyentes los mismos creyentes?
La realidad es muy compleja como para poder explicarla con extremos opuestos: blanco
o negro, frio o caliente, bueno o malo, creyente o no creyente. El que cree no es el que se
encuentra en posesión de una fe absoluta, completa y cerrada, sino el que se mueve
entre la increencia y la creencia. Siempre vamos del no creer al creer. La vivencia de la fe
es una continua peregrinación, es un proceso; somos eternos aprendices de fe. Lo
importante es estar en camino. Para saberlo hay indicadores que nos confirman si nos
encontramos en movimiento. Como diez parece un número redondo vamos a compartir
un decálogo de señales que nos pueden indicar si nos encontramos en movimiento hacia
la fe.
1. Tener el hábito del corazón de concentrarse unos minutos cada día y hablar con Jesús
como un amigo habla con otro amigo.
2.Mirarse a sí mismo reconociendo nuestra verdad, aunque no salgamos bien parados, y
cuidarnos al estilo que Dios nos cuida.
3.Poder pasar mucho miedo en algún momento y, al mismo tiempo, decir que confiamos
y nos abandonamos a Dios.
4.Haber experimentado en alguna ocasión haber dado más importancia al compartir que
al ahorrar.
5.Haber estado en medio de los trajines de la vida y sentirse acompañado por Jesús.
6.Mirar a alguien muy diferente a nosotros y seguir creyendo que tiene sus derechos y
respetárselos.
7.Haber sido ofendido y, a pesar de todo el coraje y la ira sentidos, seguir tendiendo
puentes.
8.Haberse peleado con Dios por creer que no nos hacía caso y seguir creyendo en él
aunque sea diferente a como nos gustaría que fuese.
9.Haber salido alguna vez de nuestra comodidad para hacer algo por el mundo en el que
vivimos.
10.No entender la vida sin Dios.
Puede que después de haber reflexionado en todo ello hayamos sentido la necesidad de
pedir a Jesús lo mismo que los discípulos: «Auméntanos la fe». Con toda humildad y
confianza suplicamos la fe de un «granito de mostaza», no para pedir que la morera se
arranque de raíz para plantarse en otro lugar, sino para que, sencillamente, podamos vivir,
en medio de nuestras ambigüedades, al estilo de Jesús, con sabor a Evangelio, con
entrañas de misericordia, como amigo o amiga universal, como siervos del amor que,
después de haberse gastado digan, «solo hemos hecho lo que teníamos que hacer».