HOMILÍA DOMINGO V T.O-B (7 febrero 2021)
Mc 1, 29-39
Para los que torpemente amamos a Jesús sin verlo sería indescriptible pasar un
día con él. De entrada, como que se nos antoja algo imposible. Pero podemos
adentrarnos en la experiencia de los testigos que sí lo hicieron. Y, de esta manera, hacer
propias sus vivencias. Y así, si leemos el evangelio y cerramos los ojos podemos
acompañar a Jesús en una jornada “tipo”. El evangelio del domingo anterior nos lo
mostró en la sinagoga dejando a la gente admirada por su autoridad enseñando y
expulsando demonios y espíritus inmundos. El texto de hoy nos lo va a mostrar en la
casa de Simón y Andrés, a la puerta de la misma curando enfermos y expulsando
demonios y, muy de madrugada, todavía a oscuras orando en un descampado.
Si contemplas detenidamente a Jesús viviendo un día como éste y te preguntas:
“¿Qué dice de Jesús la forma que ha tenido de afrontar la jornada? ¿Qué Jesús descubro
cuando lo veo vivir?”. Jesús es el que tiene una relación profunda con el Padre; lo que se
expresa de una manera muy singular en esos momentos de oración a cualquier hora y en
cualquier sitio. Es el itinerante que se lanza por los caminos a anunciar el Reino; el que no
se acomoda al éxito que está teniendo en Cafarnaún y se abre a otros lugares donde ha
de ser anunciado el mensaje. Es el que construye el Reino con palabras y con signos,
con dichos y hechos.
Pero como la película de hoy presenta muchas escenas y no podemos detenernos
en todas ellas vamos a elegir el momento en el que Jesús entra en casa de Simón y le
comunican que la suegra está enferma. Jesús realiza tres acciones: la primera, se acerca;
la segunda, la coge de la mano; la tercera, la levanta. Y una vez curada, se pone a servir.
Pero lo que hizo Jesús con la suegra de Simón, ¿no es lo que ha hecho con nosotros?
Esa historia es nuestra historia. Jesús es el que ha tomado la iniciativa y se ha acercado a
nosotros a través de muchas realidades, la mayor de las veces sencillas y cotidianas. Él
nos cogió de la mano prestándonos su apoyo por mediación de un libro, una persona,
una celebración de la eucaristía, una conversación… Y él fue quien nos levantó del
sufrimiento generado por un pasado turbulento, de una situación conflictiva, del vivir
ajenos a nosotros o de pasar la vida encorvados sobre sí mismos. Y conforme nuestra
propia casa iba estando sosegada, como diría Juan de la Cruz, comenzamos a salir para
servir desde nuestra experiencia de seres levantados de nuestra postración.
Acercarse, coger de la mano y levantar. ¿Cómo concretar estas acciones en el hoy
de nuestra vida? Acercarse es pasar de la indiferencia a vivir desde la amistad social. Es
responder a la pregunta de Dios: “¿Dónde está tu hermano/a?”. Es lo contrario al
individualismo. Coger de la mano es más que acercarse, es vincularse y comprometerse.
Es estar dispuesto a unirme de forma comprometida. Es reconocer a cada persona su
dignidad humana y su condición de hijo de Dios. Levantar es traducir el acercarse y el
coger de la mano en acciones concretas. Pongamos un ejemplo. Vamos a celebrar la
Campaña contra el Hambre. Acercarse es romper la indiferencia, la conciencia dormida y
preocuparnos si no nos indignamos al pensar que la gran parte de la humanidad sufre
por no poder comer. Es no conformarnos con el sentimentalismo momentáneo. Coger de
la mano es ponernos en el camino de vivir desde la utopía evangélica de llamar hermano
a cualquier persona. Y levantar es pasar a una acción que tiene tres características:
concreta, se ha hecho o no; comprometida, en tanto que implica incómodamente nuestra
vida; sostenida, dado que no es un gesto puntual sino un estilo de vida.