SEMBLANZA de Josefa (Pepa) Morales
Al recordar a Pepa Morales, lo primero que ocupa nuestro pensamiento es que era
una mujer de Dios.
Era tía del antiguo (de los primeros) Misioneros de la Esperanza, Paco Ortíz.
Tenía un carácter muy apasionado, que, junto a un siquismo afectado por los
avatares de su vida (familia, guerra civil...), resultaba singular en su vida al servicio a los
demás. Actualmente es bastante desconocido los primeros tiempos de su existencia, si
bien sabemos de su seguimiento de un sacerdote diocesano, en los albores de los
Misioneros de la Esperanza, calumniado falsamente en el ámbito diocesano y que
posteriormente fue reivindicado en su honra y honor. Ello debió hacerla sufrir bastante ya
que trabajaba con mujeres jóvenes pobres y con vida muy difícil, también seguidoras del
aludido sacerdote, a las que enseñaba a coser (cosa que ella hacía muy bien).
Este acontecimiento diocesano referido anteriormente, dicho sea de paso, fue
causa directa para que la Asociación, en su primeros momentos de vida, tuviera un
carácter secreto y escondiera sin difusión su actividad inicial. De la misma manera en la
Diócesis fueron prohibidas todas las asociaciones con jóvenes. También por ello los
incipientes Misioneros de la Esperanza adquirieron un seudónimo personal, usando
nombres de santos católicos.
Algunos años después se demostró en el entorno diocesano la falsedad de dichas
calumnias, pero ya el daño provocado con anterioridad resultaba difícil de reparar.
Hacia los años 1977-1978 tuve ocasión de mantener con ella conversaciones más
íntimas, debido a la similitud de algunas circunstancias de nuestra vidas. En ellas me
sugeria me encomendara al sacerdote antes aludido, al que ella tenia en consideración de
santidad, con el objeto de que me ayudara.
Se obervaba, enseguida conocerla, que su vida de entrega era superior a muchas
de las personas contemporáneas a ella; con gran disponibilidad para su servicio. Esta
época de su vida fue la más activa en la Asociación MIES, donde se ofrecía como
cocinera para campamentos (pues guisaba muy bien), con gran disponibilidad. También
para ejercicios espirituales con comidas, recordando especialmente los primeros de la
Congre internos (por entonces de solteros) en San Pablo; los primeros de casados con
niños en Cuenca, bajo la dirección del P. José A. Romero y algunos otros donde era la
jefa de cocina, organizando perfectamente a sus ayudantes.
Asimismo cantaba muy bien, con buena voz. El P. Ernesto solia pedirle que
cantara, al igual que a Paqui Pérez, una canción a la Macarena de Juanita Reina, que le
gustaba mucho y que decía así: “Celestial Madre mía, de la gracia y la pena, Dios te salve
María, Esperanza y Macarena. El cielo pone luminarias, trasmina el agua y el azahar y al
coronarte de plegarias, Sevilla entera es un altar. Rosal de amor, divina fuente, de Ti
vendrá la salvación y en la corona de tu frente, prendido va mi corazón. Celestial madre
mía de la gracia y la pena; Dios te salve María, Esperanza y Macarena. Amapola en el
trigo, azucena morena; el Señor es contigo Esperanza y Macarena.” Nos hacia
emocionar, cantada en la voz de cualquiera de ellas.
Ella vivia con una hermana viuda (madre del ya nombrado Paco Ortíz) y sus
sobrinos participaban de nuestros centros parroquiales. Al morir pronto esta hermana,
quedó viviendo con los sobrinos, por lo que siendo estos ya mayores, le resultaba
dificultoso, aunque el cuñado le permitía seguir estando en la casa al no disponer de otra
vivienda. Así cada una de las familias permanecía en una parte de la vivienda.
Cuando estaba enferma, al final de su vida, se le llevaba la Comunión y era un
regalo para el ministro extraordinario que se la llevaba ver el amor que le profesaba a la
Eucaristía. Preparaba cuidadosamente un altar para depositar la Sagrada Forma y le
cantaba (invitando al ministro a hacerlo también), antes de recibirla con mucho amor.
También al final de su vida hizo un intento de participar religiosamente de alguna
manera en la Hermanas Clarisas del Convento de la Stma. Trinidad de Málaga, recibiendo
amorosamente a aquellos que iban a verla, a través de las rejas. Pero este acercamiento
no tuvo éxito y sus sobrinos, cuando fue empeorando en su salud, al no poder atenderla
debidamente, la ingresaron en una residencia de ancianos.
En una primera estancia como residente, resultaba penoso verla, ya que estaba
masificada y mal atendida en sus instalaciones, si bien ella siempre andaba preocupada
por el estado del visitante, olvidándose de sí misma y alentando a quitar malestar de su
situación personal y de sus compañeras de residencia. Muy al contrario hacia ver su
bienestar.
Posteriormente sus sobrinos la trasladaron a otra residencia de ancianos, ya mejor
atendida y cuidada, si bien más lejana y por ello se perdió su contacto. Al poco tiempo
conocimos que había muerto.
Como resumen se puede concluir que toda su existencia la vivió con gran amor al
Señor y a su Madre, la Virgen María.
Firman: Ana Mari Tineo y Rafael Rodríguez