Mientras que el ciego se acerca gradualmente a la luz, los doctores de la ley ahondan en sentido contrario, más y más en su ceguera interior. Encerrados en sus presunciones, creen tener ya la luz; por eso no se abren a la verdad de Jesús. Ellos hacen todo para negar lo evidente. Poner en duda la identidad del hombre sanado, luego niegan la acción de Dios en la curación, tomando como excusa que Dios no opera los sábados; llegando incluso a dudar de que este hombre haya nacido ciego. Su cerrazón a la luz se vuelve agresiva y desemboca en la expulsión del templo del hombre sanado.