HOMILÍA DOMINGO XIV T.O-C (3 julio 2022)
Lc 10, 1-12. 17-20
Aunque hoy en día eso de la imaginación no se trabaja mucho, una cosa es la realidad y otra, a
veces bien distinta, es lo que nos imaginamos de ella. Por ejemplo, si escuchamos la palabra
“misión” puede que los imaginarios que tengamos de ella no se parezcan a lo que realmente es.
Para muchos la misión es lo que tenemos que pagar a Dios por regalarnos la fe. Esta sería la que
en la vida nos proporciona bienestar. Así, si me encuentro cansado, la fe me daría fuerzas; si
camino en tinieblas, la fe sería luz; si cabizbajo ando, me infundiría ánimo. Pero, claro, a cambio
de tanto bueno hay que pagar algo, y eso se haría en forma de compromiso y misión. Otro de los
imaginarios sobre la misión es que no tiene nada que ver con lo ordinario. Es como si
pensáramos que la misión nos exige lo extraordinario, nos lleva a sitios no ordinarios y nos obliga
a hacer cosas no usuales. De ahÍ que cuando escuchamos en el evangelio que dice que los
eligió, los envió y los puso en camino nos provoca el cansancio del que se ve obligado a
comprometerse por no ser desagradecido con el Dios que tanto nos regala.
Pero vamos a hacer un esfuerzo de revisión de eso que no sabemos que pensamos, de las
imágenes ocultas e inconscientes que tienen la fuerza de hacernos antipática lo que es esencial
en la vida. Dicen que Mark Twain decía que había dos días importantes en la vida, el día en que
nacimos y el que descubrimos para qué lo habíamos hecho. Porque una vida sin un porqué, sin
un sentido, sin una finalidad, sin una misión es, por lo menos, algo tediosa. De ahí que
pertenezca a la esencia de la vida misma el vivir en misión, el vivir con una tarea, con un
propósito. Se viene a la vida gracias al azar ordenado de la Providencia, somos llamados a la vida
por amor. Es decir, la vida es vocación. Esta actitud esencial para vivir una vida desarrollada se
expresa muy bien en la frase del evangelio de hoy: “Poneos en camino”. Además de la literalidad,
expresa una forma de situarse ante la existencia. Es lo contrario al quedarme en mí mismo, al
repliegue sobre mi propio ombligo o el ombligo comunitario o familiar. El ponerse en camino es el
convencimiento de que mi yo necesita un tú para poder llegar a serlo.
¿Ese “poneos en camino” siempre hace referencia a un desplazamiento físico? Pues, depende.
En ocasiones, sí. Y en nombre de Jesús te ves invitado a montarte en el avión, el coche, en el
autobús o en el tren e irte a vivir con otros en otro lugar para hacer cosas nuevas. Pero, con
bastante frecuencia, usando una expresión de Madeleine Dêlbrel, nos convertimos en
“misioneros sin barco”. Somos enviados al lugar en el que vivimos para hacer lo que siempre
hacemos. Luego, el “poneos en camino” es una manera de afrontar el cotidiano la vida. Ese
cotidiano pudiera ser un lobo que te muerde con los dientes de lo rutinario, del siempre lo mismo,
del desgaste de la repetición, de la negación de las fantasías, de lo pesado de las adversidades y
alegrías sencillas o intrascendentes. Y a ello se nos invita a ir sin bolsa, ni alforja, ni sandalias. Es
decir, en la pobreza y la vulnerabilidad de todo ser humano. Desde abajo, desde dentro y desde
cerca caminamos por las mismas aceras que todos, guardamos las mismas filas o sufrimos las
inclemencias del tiempo. Y codo a codo con todos los que caminan con nosotros podemos
ofrecerles, no oro ni plata, sino el nombre de Jesús, el Nazareno. Desde la misma pasta
vulnerable podemos hablarles de lo que nos ayuda a levantarnos todos los días; de la tenue luz
que nos ayuda a atravesar las tinieblas; de lo fuertes que somos cuando somos débiles; del
proyecto que tenemos de transformar este mundo en una mesa compartida. Y sin ansiedades ni
agobios, lo haremos todo sin prisas y sin pausas, como sin “saludar a nadie por el camino”. Todo
discernido, pero desde el compromiso generoso.
El evangelio habla de entrar en la casa, de curar, anunciar y comer de lo que pongan. Con el
permiso de los exégetas le vamos a dar un valor simbólico a la expresión. Se nos invita a
ponernos en camino entrando en las casas, sentándonos a la mesa, entablando conversación y
curando. ¿No suena a estilo fraterno? Es evangelizar, no desde el poder y la seguridad del que se
considera maestro, sino con la humildad cercana del que se sienta al mismo nivel, del que come
del mismo alimento, del que habla desde el corazón, del que sana con la presencia, del que sabe
esperar el momento sin acelerar los procesos. Y si en esa propuesta alguien pone resistencias,
con respeto le dejamos hasta el polvo de las sandalias pero, por dejar una puerta abierta, que
sepan que el Reino está cerca.