HOMILÍA DOMINGO I CUARESMA-B (21 febrero 2021)
Mc 1, 12-15
Detrás de muchas palabras hay experiencias, vivencias, imágenes, recuerdos…
Así que cuando las pronunciamos, de forma inconsciente nos retrotraemos a lo vivido y
nuestro cuerpo, desconectado de nuestro pensamiento, habla de lo evocado por esa
palabra. Para muchos decir “adviento” o “navidad” es luz, color, fiesta, esperanza. Decir,
sin embargo, “cuaresma” es motivo para que el rostro se avinagre y, además de oler a
incienso, se huela a pecado, penitencia, ayuno y sacrificio. ¡Pobre cuaresma! Vamos a
rescatarla centrándonos en la Palabra.
El evangelio nos dice que el Espíritu impulsa a Jesús al desierto donde es tentado
por Satanás a no llevar adelante los planes de Dios. Pero vence a la tentación y se pone
al servicio del Reino marchando a Galilea para anunciarlo. Para acoger ese Reino, que
está cerca, invita a volver a Dios, a convertirse; y a creer en la Buena Nueva, aunque las
circunstancias externas sean fuentes de malas noticias.
El desierto es imagen del lugar de la tentación y de la prueba. Es la experiencia de
tener que elegir entre dos caminos contrapuestos. En el desierto el corazón y la cabeza
no se ponen de acuerdo. Es el tiempo donde hasta las convicciones más asentadas se
tambalean. Y como Jesús fue impulsado por el Espíritu al desierto, este mismo Espíritu
puede hacer de dicho desierto una experiencia espiritual. En los momentos donde somos
tentados a elegir lo que se opone al plan de Dios el Espíritu nos llama al combate del
discernimiento.
¿Nunca habéis oido hablar del “demonio pinchapapas”? Y es que le hemos
echado imaginación cuando hemos pensado en él. Satanás es todo aquello que se
opone a los planes de Dios. Hasta Pedro fue llamado así cuando fue obstáculo al camino
de Jesús. Hay muchos tipos de “demonios”. Cada uno tiene sus fortalezas y sus
debilidades. Voy a presentar tres grupos de ellos y el “demonio del demonio”.
Al primer grupo de demonios lo llamaremos de la “horizontalidad”. Hay muchos
niveles. El más agudo sería el casi vivir para cubrir las necesidades primarias. Es un
demonio muy tosco, pero efectivo. Es vivir con la mirada puesta en la superficie, sin
entrar en lo que ocurre, ni en lo que se experimenta, ni en la profundidad de la vida, ni de
Dios. Pero este demonio puede disfrazarse de cierta profundidad. Y así aparecer en
forma de “religiosidad superficial”, que bajo la apariencia del cumplimiento mantiene a
raya cualquier atisbo de hondura. Tiene una versión de lujo: la del “joven rico” o de las
“almas concertadas” que, teniendo una pinta estupenda, le falta entrar en las
profundidades del encuentro. O aquellos que siendo defensores de lo que consideran la
verdad, sacrifican en su altar hasta lo más querido. En este caso la medicina clásica se
llama “oración”. Es la profundidad de vida, la mirada contemplativa que taladra la
realidad, la lectura orante de la Palabra, los espacios de intimidad que recrean y
enamoran, la actitud de discernimiento.
Al segundo grupo de demonios lo vamos a llamar de la “tranquilidad”. Como en
las demás gamas tenemos desde el nivel más elemental al “premium”. Comenzamos con
el demonio “comodidad”. Éste es básico, pero bastante eficaz. Se convierte en el criterio
desde el que optas en todos los aspectos de la vida. Lo mejor sería siempre lo más
cómodo. El demonio “seguridad” es más sofisticado. Pues la tranquilidad no se busca en lo que sea más cómodo, sino en lo que proporcione la sensación de seguridad. Se puede
vivir de la manera más entregada y comprometida que pudiera existir, pero eso concreto
que me produce seguridad es intocable. Y después estaría el demonio “prestigio”.
Porque sólo estoy tranquilo si soy el centro de algo. Y no siempre se hace por “maldad”,
en ocasiones nos arrastramos lo que nos haga falta para poder llamar la atención y así
sentir que existimos. Aquí la medicina clásica se llama “ayuno”, en tanto que ejercicio de
libertad. Es la sensación de “estómago vacío”, la de optar por algo que nos descoloque;
la de ir dejando ir lo que parece que me pone el suelo por debajo de los pies; la de optar
por estar colaborando y compartiendo más que exhibiendo nuestras potencialidades.
El último grupo de demonios lo vamos a llamar de la “separación”. Es el intento de
vivir separando las dos caras de una misma moneda; o queriendo beber agua tomando el
oxígeno por un lado y el hidrógeno por otro. Es vivir la fe como algo totalmente ajeno a la
vida; o la vivencia de los sacramentos como independiente al carácter social o político de
la fe; o nuestro tierno cariño a los más íntimos como lo opuesto al cuidado del que no
conozco; o la defensa a los iguales como la excusa del ataque a los diferentes. Este
demonio tiene bastante aceptación entre muchos creyentes. Algunos incluso que le
hemos dado derecho a una partida de bautismo. Esta seria la versión “conservadora” de
este tipo de demonios. Es la que más frecuenta entre los creyentes. Actualmente se da
menos la versión “progresista”. Es la de aquellos que separan acción social de
evangelización; los que se contenta con un progreso, aunque sea al margen de Dios; los
que entenderían el desarrollo humano sin dimensión espiritual. Aquí la medicina clásica
se llama “limosna”, en tanto que ejercicio de ofrenda existencial gratuita, concreta y
universal. Es el ejercicio de lanzarse a la realidad que nos envuelve como a los brazos de
Dios; de la búsqueda de Dios en las profundidades de las situaciones vividas; y haciendo
de buen samaritano poniéndonos, sin dar rodeos, en el camino de los apaleados de la
vida.
Si te das cuenta la vida es un continuo desierto porque siempre estamos en
estado de tener que elegir, de esforzarnos por encontrar, de desprendernos de algo para
elegir lo que queremos, de forzar la mirada para discernir por dónde sopla el aire del
Espíritu. Y, si miramos con benevolencia, los demonios los descubriremos como esas
realidades incómodas y amenazantes pero que nos ponen en situación de vida; que nos
hacen renovar, en medio de los peligros que acechan el crecimiento, nuestra opción por
el Dios de la Vida.