Javier Gutiérrez Sánchez, nació el 3 de diciembre de 1966, uno de los pequeños de una gran
familia tocada por el amor a Mies desde que Diego Ernesto se moviera por su barrio, la
Amargura. En la Purísima encontró el lugar donde ser adolescente, donde compartir su fe y,
aunque perdido a veces en la movida ochentera, algunos de los que hoy forman comunidades,
llegaron al centro de su mano. Así era de sociable, cariñoso, alegre y hasta locuaz. El Señor ya
lo había tocado con su gracia y era un apóstol infatigable.
Como todo buen buscador, observaba a las personas y su trato y relación con ellas era todo
menos superficial. Era fácil hacer oración con él, y uno de los días me dijo: “Mari, ¿imaginas
que cuando nos muramos nos encontraremos con la Virgen, imaginas cómo será ver su cara?”.
Murió al poco tiempo.
Estaba muy enamorado de la Virgen María.
Nos conocimos en Alcaucín, en un campamento allá por el año 1981 aunque ahora dudo de si
fue en un encuentro en Alcázar de san Juan. Pudiera. Javi siempre buscaba.
Lo que sé es que fue algo de Dios porque nos hicimos uña y carne y solo hablábamos de cosas
de Dios.
En los campamentos nos ayudábamos mucho. Allí me dijo que estaba pensando hacerse Mies.
Pasó el tiempo, y Javier seguía fiel a esa identidad tan especial que le hacía ser tan querido de
todos. Seguía siendo ese joven que inspira a Diego Ernesto la obra Mies, como Juan
Evangelista, como Domingo Savio, como…seguía siendo ese chico de diecisiete años que
morirá tan joven, como Theresita.
Siempre recuerdo que le hice “las manzanillas”. Después del campamento, fue Javi con su
hermana Mari Carmen a Madrid para Navidad. El novio de Mari Carmen hacía la mili y por no
dejarlo solo se vinieron a mi casa donde compartieron con mi familia esas fechas tan
especiales. Ahí empezaba a sentirse mal y se alimentaba prácticamente de manzanillas. Yo se
las hacía con todo mi amor pero preocupada porque obviamente, algo no iba bien. En la litera
de arriba, “Mari, no me puedo levantar, me duele mucho, mucho el estómago”. Esa imagen y
su voz la tengo grabada.
La vuelta a Málaga descubrió el estado real de su enfermedad, y a través de su hermana conocí
lo que estaba sucediendo. En ese momento, tengo cuatro hijos y la pequeña con dos años
recién cumplidos. Me fue imposible desplazarme a Málaga para el entierro. Antonio de la Calle
y Vicente me llevaron en el corazón hasta su despedida, que no lo fue en realidad, porque Javi
sigue en el alma de quienes tuvimos la suerte de compartir su vida. Murió el 18 de junio de
1984.
Firmado: Mari Miján