El "sí" de María, ya perfecto al principio, creció hasta la hora de la Cruz. Allí, su maternidad se ha dilatado abrazando a cada uno de nosotros, a nuestra vida, para guiarnos hacia su Hijo. María siempre ha vivido inmersa en el misterio de Dios hecho hombre, como su primera y perfecta discípula, meditando todas las cosas en su corazón a la luz del Espíritu Santo, para entender y poner en práctica toda la voluntad de Dios