El encuentro con sacerdotes, personas consagradas, seminaristas y movimientos laicales fue una ocasión de grato recuerdo, con acentos de especial emoción, por los muchos mártires de la fe. Gracias a la presencia de algunos ancianos, que han vivido en sus carnes las terribles persecuciones, se recuerda la fe de muchos testimonios heroicos del pasado, que han seguido a Cristo hasta consecuencias extremas. Es precisamente de la unión íntima con Jesús, de la relación de amor con Él de donde brota para estos mártires - como para cada mártir - la fuerza para enfrentar los eventos dolorosos que los condujeron al martirio. También hoy, como ayer, la fuerza de la Iglesia no se da tanto por la capacidad organizativa o estructural, que también son necesarios: la Iglesia no encuentra su fuerza allí. ¡Nuestra fuerza es el amor de Cristo! Una fuerza que nos sostiene en tiempo de angustia e inspira la acción apostólica de hoy para ofrecer a todos la bondad y el perdón, atestiguando así la misericordia de Dios.