En un corazón poseído por las riquezas, no hay mucho lugar para la fe, todo está ocupado por las riquezas, no hay lugar para la fe. Si, en cambio, se deja a Dios el lugar que le corresponde, es decir, el primero, entonces su amor también conduce a compartir la riqueza, a ponerla al servicio de proyectos de caridad y desarrollo, como lo demuestran muchos ejemplos, algunos recientes, en la historia de Iglesia