HOMILÍA SANTÍSIMA TRINIDAD-C (12 junio 2022)
Jn 16, 12-15
Antiguamente, o no hace tanto tiempo, cuando intentar explicar la Santísima Trinidad nos
resultaba complicado y embarazoso terminábamos diciendo que era un “misterio”. Y así
evitábamos experimentar que hablar de Dios, por muy estudiados que estemos, resulta
tan imposible como necesario. San Juan de la Cruz decía que eso que imaginábamos
que era Dios no lo era. Y el Maestro Eckart oraba pidiéndole a Dios que lo liberara de su
“dios”, de la imagen que tenía de él. Y es que, como nos recuerda Henri de Lubac, el
creyente necesita de las imágenes de Dios como el nadador de las olas. Para alcanzar la
orilla se sirve de ellas; pero no puede quedarse ahí si quiere llegar hasta el final. Todos
necesitamos pensar a Dios pero relativizando lo que nos imaginamos de él. Porque,
¿cuántas crisis no han roto nuestra imagen de lo divino para renacer otra, que siendo
limitada, es más madura y depurada que la anterior? Y así, durante toda la vida.
Dios es Trinidad. Si le quitáramos su dimensión trinitaria dejaría de ser Dios. Para no caer
en la tentación de cortar por lo sano diciendo que es un misterio, pero sabiendo lo
limitado y relativo de la exposición, os ofrezco algunos tanteos en forma de olas que
acercan a la orilla. El primero lo podríamos titular: “la Trinidad es cosa de barrio o de
pueblo”. Esto de la Trinidad nos supera proporcionalmente a lo cerca que está de
nosotros. Porque ese Padre Creador que hizo de la nada el cosmos y al ser humano no
hay día que no continúe con nosotros la obra de la creación. Y mira por donde sus
brazos creadores son los acontecimientos del cada día, los de dimensiones ordinarias o
los más extraordinarios, los de andar por casa o los de salir por la tele. Y ese Hijo que
encarnado en Jesús es nuestro Salvador vive y crece en nosotros. Es el Amigo que se
convierte en el Camino que conduce a la Verdad y a la Vida. El que trabaja día y noche en
y con nosotros; el que nos va contagiando con sus modos y formas; el que nos va
pegando su sensibilidad. Y el Espíritu convierte en Medio Divino cada minuto de la
jornada, cada rincón de donde vivo, cada actividad programada o sobrevenida. Él es
Presencia continua y permanente que se cataliza cuando estoy de corazón en cada cosa
o me abandono con confianza a los acontecimientos de la vida. El gran Misterio de la
Trinidad se convierte así en modelo de vida cotidiana; el Trascendente se pasea por la
vida ordinaria del barrio o del pueblo.
El segundo tanteo, como dijo una vez alguien, es que la Trinidad se convierte en el
modelo de organización de toda convivencia humana. La Trinidad habla de diferencia que
va a favor de la unidad; o de una unidad que necesita de los diferentes para no ser
uniformidad. La Trinidad nos permite creer y tener esperanza con “luz larga”. Aunque nos
parezca mentira, hay un camino abierto para hacer posible la Organización de Naciones
Diferentes y Unidas. Pero ese deseo a largo plazo requiere también la actuación en la
pequeña distancia. Cuando pasees, estés en casa o vayas al trabajo abre bien los ojos y
date cuenta de las diferencias: del que se cruza contigo y es de otra cultura; de cómo tu
marido o mujer vive de otra forma la misma situación; del compañero que tiene intereses
diferentes en la misma empresa. Invoca al Padre para que eso que hay de diferente no te
asuste, porque también eso es creación. Habla con el Hijo para te muestre la verdad, lo
que te hace sentir y pensar, y el cómo situarte a su manera. Y cree en la acción del
Espíritu que todo lo puede, que todo lo transforma, que abre puertas que están cerradas,
que da vida a lo que parece muerto, que nos da palabras oportunas, que alienta nuestro
aguante y nuestra esperanza.