HOMILÍA DOMINGO XI T.O-B (13 junio 2021)
Mc 4, 26-34
Es probable que hayas visto un reportaje donde se muestra lo que nuestros ojos no
perciben a simple vista. Y, por ejemplo, a una velocidad muy lenta vemos cómo la gota se
va desprendiendo de la hoja, cómo va cayendo lentamente y al impactar con el agua
produce una explosión de otras gotas y un sin fin de ondas que convierten el apacible
charco en un mar embravecido. Sirva este mal ejemplo para explicar lo que produce la
profundización en el evangelio de este domingo. Porque, a simple vista, seguir a Jesús es
tar normal como las infinitas gotas que caen todos los días. Pero en cuanto agudizamos
la mirada, lo que Jesús propone produce en nosotros un tsunami, una conversión tal de
las profundidades del corazón que la mejor imagen para expresar dicha novedad y
cambio es la del nuevo nacimiento.
La parábola sale de la boca de un pobre itinerante que, movido por una experiencia
íntima e inigualable del amor de Dios, se lanza a la intemperie de los caminos a anunciar
el Reino de Dios. Va provisto de nada; sociológicamente es un granito de arena, en
ocasiones incómodo como chino en un zapato; su compañía son los que nadie desea
como compañeros de camino. Pero, lo curioso, es que camina con la convicción con la
que David fue a enfrentarse con Goliat. Él es consciente de que su tarea es sembrar la
semilla en la tierra, pero la obra continua más allá de lo que él hace. No todo depende de
él, no lo puede controlar todo en el proceso. Es más, cuando no hace nada más que
dormir, cuando su razón no llega a entender qué está pasando, sigue esperando el
crecimiento del tallo, la espiga y el grano. Esto sólo lo hace un descentrado, es decir,
alguien que no se siente el centro, sino que vive volcado, entregado, polarizado,
unificado y confiado en Aquel que tiene el poder de atraerlo todo hacia sí.
Jesús no es un pobre ingenuo; es un pobre confiado en el Padre; un pobre que lo deja
todo en manos del que le pide que ore, luche y confíe; que adore la realidad que tiene por
delante para encontrar en ella una fuerza inusitada envuelta en debilidad; que adore lo
que incluso no responde a sus deseos, ni a sus expectativas; lo que sale, no a su
manera, sino a la manera de Dios. Porque nuestras ínfulas de grandeza sueñan con altos
cedros, pero los planes de Dios pasan por vulgares árboles de mostaza, pobres arbustos
que, sin embargo, tienen capacidad de acogida. Jesús va avanzando en el aprendizaje
del cuando el Padre quiera, como él lo quiera, y donde él lo quiera. ¿Nos sorprende lo de
“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”?
El evangelio de hoy es esa gota que impacta en nuestros planteamientos más profundos
y escondidos, los remueve y rompe la calma chicha que nos acompaña. Estamos tan
demasiado centrados que, en el fondo, consideramos que o lo hacemos nosotros o no
hay Dios que lo haga; que o nuestros proyectos salen según lo planeado y la forma
deseada o no sirven de nada. Hay demasiado concierto en nuestras vidas. Quizás en lo
desconcertante podamos con mucho esfuerzo y con la ayuda del Espíritu aprender a
hacer, dejando hacer a Dios; a esperar, sin tener que forzar; a dejarnos llevar, más que a
forcejear; a acoger más que a manipular; a confiar más que a dejarnos arrastrar por la
ansiedad.
¿No nos suena lo de “si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles”?
¿Tampoco lo de “Dios lo da a sus amigos mientras duermen”?