HOMILÍA DOMINGO VI PASCUA-B (9 mayo 2021)
Jn 15, 9-17
Es probable que alguna vez te hayas sorprendido cerrando los ojos para captar el más
mínimo sabor de la exquisitez que tienes en la boca. Es como si quisiéramos reservar y
orientar toda nuestra capacidad de atención en aquella delicia. En la película, Forrest
Gump comentaba que su mamá le decía que la vida era una caja de bombones. Bueno,
aunque no sea un eminente filósofo, parafraseamos a Forrest y decimos que el evangelio
de hoy es como una caja llena de exquisitos bombones. Cada frase es para cerrar los
ojos y paladearla en silencio desde la profundidad. Y después, con ese sabor evangélico,
volver a abrirlos para contemplar lo que acontece fuera con la luz que emana dentro. Y
siguiendo con el ejemplo de la caja de bombones nos vamos a permitir, bien lavadas las
manos, distribuir de otra manera el contenido. Vamos a ello.
El Papa Francisco nos regaló el verbo “primerear”. El que mejor “primereó” (y “primerea”)
es Jesús. Nos dejó claro que la iniciativa fue suya. Él nos echó el ojo y nos eligió.
Deseaba que diéramos fruto. Él nos ofreció su amistad y nosotros, como buenamente
podíamos, la aceptamos. Como nos consideraba buenos amigos nos contó sus
intimidades, sus secretos confesables. Nos habló de su experiencia con el Padre, de
cómo le amaba, de cómo él le correspondía. Nos dijo que, claro, que él no sabía amar de
otra manera más que como le había enseñado su Padre; y así nos amaba a nosotros.
Además, no tenía término medio. Su compromiso de amistad lo llevó al extremo. Porque
nadie tiene mayor amor por sus amigos que el que da la vida por ellos.
Y como quiere lo mejor para nosotros nos ofreció un consejo de amigo, pero le dio un
tono tan solemne que sonó a mandamiento: “Amaos los unos a los otros como yo os he
amado”. Es extraño, no quiere que le correspondamos a su amor amándole a él, sino
amándonos los unos a los otros. Y no de cualquier manera, sino a su manera: a la
manera del que se encarna desde dentro, desde abajo y desde cerca de la humanidad; a
la manera del que tiene la paciencia de vivir treinta años en Nazaret dejándose formar en
el silencio de lo cotidiano; a la manera del que se pone a vivir como un itinerante para
hacerse compañero de camino y provocar encuentros; a la manera de los que sienta a su
mesa a los que no eran ni siquiera bienvenidos a la vida; a la manera del que siente
compasión por los pecadores y los que están perdidos; a la manera de los que se juegan
el tipo por la verdad y la justicia; a la manera de los que perdonan a los que atentan
contra su vida.
Lo más difícil del “amaos los unos a los otros” no es el “amaos” (que también), sino “a los
otros”. Porque ha ido a recomendarnos lo más concreto. Es como si nos dijera que ese
cariño que nos gustaría ofrecer al Padre Creador, al Hijo Salvador y al Espíritu
Santificador, que no vemos, lo hagamos a través de esas concreciones que se llaman
“otros”. Los otros se llaman familiares de sangre, vecina, transeúnte con el que me cruzo
en la calle, compatriota al que no conozco, o habitante de la otra parte del planeta al que
conozco mucho menos. Mira por donde la fe tiene una dimensión que nos indica la
madurez de ésta: la social y política. Porque sólo en los otros podemos alcanzar el
verdadero “éxtasis”, la experiencia de comunión con Dios que nos hace salir de nosotros
mismos hacia él encarnado en la gente. Como Jesús que vivió su misticismo en la
algarabía de los caminos y en los compromisos de la vida. No se afilió a ningún grupo,
pero no dejó de luchar por el bien común de la polis. ¿No será que no hay buenos
políticos porque faltan verdaderos místicos?