En las manos de María, Madre del Redentor, ponemos con confianza filial nuestra esperanza. A ella, que extiende su maternidad a todos los hombres, encomendamos el grito de paz de los oprimidos por la guerra y la violencia, para que el valor del diálogo y la reconciliación prevalezca sobre la tentación de la venganza, la arrogancia, la corrupción.