José era un hombre que siempre acogía la voz de Dios, profundamente sensible a su voluntad secreta, un hombre atento a los mensajes que vienen desde lo profundo del corazón y desde arriba. No se obstinó en seguir su proyecto de vida, no permitió que el resentimiento le envenenase el alma, sino que se puso a disposición de la novedad que, de modo desconcertante, se había presentado. Era así, era un hombre bueno. No odiaba, y no permitió que el resentimiento le envenenase el alma.