Somos invitados hoy por la Palabra a adentrarnos en el rostro de Jesús para desde sus ojos mirar al mundo, a nuestros hermanos; y lo hacemos como Misioneros de la Esperanza desde los ojos de María, donde descubrimos el mismo anhelo de su Hijo por su pueblo. Las lágrimas de Jesús ante Jerusalén ¿no serán también las lágrimas de su Madre por la humanidad que no acoge su Evangelio? Estas lágrimas de la Virgen que cautivaron a Diego Ernesto nos unen a las del mismo Cristo Joven que él mismo pintó y que desde el principio han ido y lo siguen haciendo, acompañando nuestro camino. Ante su rostro me atrevo a repetir las palabras de Teresita: ¡Oh, Faz adorable de Jesús, única hermosura que arrebata mi corazón! Dígnate imprimir en mí tu divina majestad, par que no puedas mirar el alma de tu pequeñita esposa sin mirarte a Ti mismo. Son esas lágrimas las que imprimidas en nuestro corazón nos lanzan al apostolado pues como María también nosotros más allá del agua de las vasijas descubrimos el vino bueno que llena de alegría y esperanza la vida, del que nosotros somos sencillos y débiles siervos pues como nos dice Diego Ernesto: Tú, ni necesitabas del mundo ni me necesitabas a mí. Pero querías que hubiese alguien a quien amar fuera de ti. Por eso creaste el mundo y me pusiste en él, para tener a quién querer; para tener quien te quisiera. Por eso no buscas más que mi bien; y por eso, yo no debo más que buscar el tuyo. Servirte es reinar. Servirte es amar. (IM pg 13)