HOMILIA SOLEMNIDAD MARÍA MADRE DE DIOS-B (1 enero 2021)
Lc 2, 16-21
Los relatos de la infancia de los evangelios parecen que van al ritmo vertiginoso de
las celebraciones navideñas. Es como si no hubiera tiempo para el sosiego: la
Nochebuena, al día siguiente Navidad, pocos días después Nochevieja y sigue el Año
Nuevo… Así, con premura y velocidad, nos presenta el evangelista la escena de hoy: los
pastores vienen corriendo de Belén; al llegar encuentran a María, a José y al niño
acostado; cuentan lo que habían dicho de él; la gente que estaba allí presente estaba
admirada; y los pastores se vuelven glorificando y alabando a Dios de lo que habían visto
y oído. Y rápido que se cumplen los ochos días y hay que circuncidar y poner el nombre
al niño. Y en medio de esta algarabía, altamente emocional: “María, por su parte,
conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.
Antes de que se vendiera pan en las gasolineras, mucho antes, se hacía pan en la
artesa de madera. En ella se echaba la harina con el agua y la levadura, se removía
delicadamente y se comenzaba a amasar. Las manos recogían la masa, la arremolinaban,
la presionaban contra la madera, para volver a recogerla y volver a aplastarla. Y así hasta
que quedaba preparada para reposar y fermentar. María es artesa y panadera. En su
corazón se van albergando los acontecimientos: la experiencia del anuncio, la visitación a
Isabel, el parto, la visita de los pastores… Cada acontecimiento impactaba en su corazón
como las olas en la roca: con virulencia a veces, en ocasiones acariciando la piedra. Todo
ello requería acoger sin discriminar, amasar con la memoria, esforzarse en comprender y
pararse a reposar. Tan importante era la actividad del amasar reflexionando, como la
pasividad activa de esperar en silencio a que la levadura del Espíritu alumbrara lo que se
iba a convertir en pan que alimenta. Tan necesario era la manipulación de la masa,
haciendo lo que estaba de su mano, como el tiempo del fermentado donde tocaba
esperar, esperar y confiar y confiar.
No sabemos si la cara de María se parecía más a la de la imagen de la Victoria que
a la de Nuestra Señora de Gracia; o a la de la Esperanza Macarena que a la de Triana; o a
la de Caacupé más que a la de Itatí. Lo que sí nos defa constancia el evangelio que María
“guardaba la cosas en su corazón” y “se ponía en camino”. Su corazón de artesana le
llevaba con naturalidad al cuidado en las tareas que la vida le presentaba. A los ocho días
tocaba circuncidar al niño y ella se ponía en camino para atenderlo en su necesidad. Ella
se sintió cuidada por Dios y vivió cuidando a Dios y a su proyecto.
El Papa en su mensaje de la LIV celebración de la Jornada Mundial de la Paz nos
habla de “la cultura del cuidado como camino de paz”. El cuidado nace un “corazónartesa”, de las profundidades de alguien que mira con ojos abiertos, que se deja afectar
por lo que ve, que aporta la luz del evangelio, que se para a reposar y discernir a la
escucha de la tenue voz del Espíritu. Y que se pone en camino para cuidar como
hermano lo mismo que se siente cuidado como hijo. Cuidamos lo que valoramos.
Sentirnos cuidados por Dios nos hace sentirnos hijos de él. Sólo si te vives como
hermano de los otros cuidaras responsablemente de ellos. Francisco nos dice que para
no perdernos en la travesía por un mundo en sombras encerrado en sí mismo
necesitamos una brújula que nos indique el Norte. Acertaremos el camino si vamos
persiguiendo que todo ser humano sea tratado dignamente; y nadie puede ser
descartado. Lo que hay en la “casa planeta” es de todos. ¿Te imaginas a María
descartando a muchos para que pocos pueden vivir de lujo? ¿Te la imaginas descartando
al que no es joven, ni guapo, ni de su país o credo?