HOMILÍA SEGUNDO DOMINGO NAVIDAD-C (2 enero 2021)
Jn 1, 1-18
Durante las fiestas de Navidad se nos invita a contemplar el misterio de la Encarnación.
Se hace de forma reiterada. No has terminado de celebrar la Misa de medianoche de
Navidad (la del Gallo) cuando ya estás en la propia del día. Poco después estás
celebrando a la Sagrada Familia y un poco más tarde a María como madre de Dios. Aún
quedan los ecos de esta fiesta cuando se te invita a considerar lo mismo en el segundo
domingo de la Navidad. ¿Es una repetición innecesaria? De ser así, conque solo vieras
una puesta de sol en la vida sería necesario, ¿no? O, ¿para qué ir varias veces a ver una
catedral o contemplar una obra de arte pictórica si con una sola sería suficiente? Hay
realidades que no se agotan; a las que puedes volver y dejarte sorprender por su
novedad si las contemplas adecuadamente. Por eso, hoy se nos regala volver una vez
más a contemplar la sorpresa del Misterio de siempre; a dejarnos sorprender por uno de
sus inagotables aspectos que lo componen. ¿Por ejemplo?
El Prólogo es el comienzo del cuarto evangelio. Su autor creyó conveniente empezar la
obra con un antiguo himno cristiano que adaptó para la ocasión. Influenciado por la
cultura de su época le llama a la segunda persona de la Trinidad el “Logos” o el “Verbo”.
Es un testigo veraz de quién es Dios porque pertenece a su familia, es Dios y con él
siempre estaba. Y nos cuenta que en el seno de esa familia se da un movimiento
centrífugo, como el de las lavadoras, hacia afuera; como dicen los jóvenes “en plan
acercarse” al ser humano: “El Verbo de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros”.
Pero no lo hizo de cualquier forma. Es más, la forma de cómo lo hizo dice mucho de
quién lo hizo. Pero, ¿cómo?
Dios comienza su historia encarnada con nosotros “desde abajo”. Abajo es la sordidez
de la cueva o el pesebre; la contrariedad de no tener sitio en la posada; las malas
compañías de los pastores; el frío de la noche o el más absoluto anonimato; es la
insignificancia social que tuvo la entrada a este mundo del creador del mismo. “Abajo” es
la fragilidad del ser humano, su condición de ser vulnerable, su eterna ambigüedad, su
condición de ser una pregunta en una eterna oscuridad. “Abajo” es el residuo de
nuestras sociedades, el que molesta, el que estorba o pudiera ser descartarle. “Abajo” es
el “Sur” de la pobreza frente al “Norte” de la abundancia y el despilfarro.
Pero no sólo desde abajo, también “desde dentro” arranca la encarnación. “Dentro” no
es “fuera”, es “en”; es estar rodeado, vivir en el seno, donde vive la gente, lo que vive la
gente. “Dentro” es pasar el mismo calor o el mismo frío; es pisar la misma calle sucia o
limpia; es respirar la misma cultura y la forma de afrontar la vida. “Dentro” es no venir
desde fuera, de visita, sino compartir lugar, tiempo y condiciones con los de “abajo”.
“Dentro” es tener que ir a censarse estando embarazada, caber la posibilidad de no tener
posada, sufrir al mismo emperador Augusto o al terrible Herodes que todos.
El “desde dentro” y “desde abajo” son una opción que necesitan un estilo, que lo marca
el “desde cerca”. “Cerca” es proximidad, calidez, ternura, hospitalidad, escucha, visita.
“Cerca” es Nazaret, la vida de pueblo pequeño. “Cerca” es compartir barrio y, siendo
conscientes de nuestros “bajos”, saludar a la amiga que te encuentras por la calle; dar el
pésame al que ha perdido un ser querido; conversar en la cola del puesto de la carne;
complicarte la vida en un voluntariado; indignarte de forma práctica ante las injusticias de
lejos. “Cerca” es ver encarnación en la arruga de un viejo, creer en el rato de charla,
esperar en las lentas horas del paso del tiempo.