HOMILÍA DOMNGO IV CUARESMA-C (27 marzo 2022)
Lc 15,1-3.11-32
Con la que está cayendo me brota preguntaros, ¿cómo estáis? ¿Cómo os encontráis?
¿Qué tal estáis viviendo estos tiempos? ¿Cómo os afecta? Dicen que “mal de muchos
consuelo de tontos”; pero me atrevo a cambiar la expresión por “mal de muchos
consuelo de tantos”. Porque en tiempos difíciles la solidaridad en el sufrimiento puede
alentar un montón. Desde nuestra común vulnerabilidad podemos estar unidos en las
alegrías sencillas y en los sufrimientos cotidianos. Mi incertidumbre se resitúa cuando sé
que la vivo en comunión con la incertidumbre de otra persona que la sufre a miles de
kilómetros de distancia. La compasión brota de la convicción que compartimos
vulnerabilidad.
En tiempos tensos y turbios como los que vivimos sale lo peor y lo mejor del ser humano.
Y, de vez en cuando, aparece algún “figura” que pareciera nadar contracorriente; que
mientras todos chillan despavoridos “sálvese quién pueda” él o ella, en medio de la
tempestad, va dando lo mejor de sí y señalando lo importante. Son los “Quijotes” de
todos los tiempos, aquellos a quienes sus contemporáneos llaman utópicos e ilusos. Uno
de ellos es Jesús de Nazaret.
En una de sus parábolas nos habla de un padre un tanto raro, porque reacciona de forma
no convencional. Cuando su hijo menor le pide la parte de la herencia que le corresponde
se la da sin rechistar. Mientras este está viviendo de escándalo él se asoma esperando
cada día a que volviera. Cuando al fin vuelve echa a correr, lo abraza, lo besa y le hace
una fiesta. Sorprende a sus propios hijos: al menor que volvió esperando solo que le
dieran de comer sin pretender nada más; al mayor que no entendía que le hicieran una
fiesta a ese pecador despilfarrador y que, además, no le hubieran avisado. ¿Desde dónde
se puede entender la actitud del padre? La clave está en una palabra de la respuesta que
dio a su hijo mayor enfadado: “… este hermano tuyo”. Le quiso explicar que lo
importante es que fuera mirado en lo que era, no en lo que hacía. Esa persona ofendió
gravemente a su padre, pero era “hijo”. Ese muchacho vivió perdidamente, pero era
“hermano”. Su ser “hijo” y “hermano” eran suficiente justificación para hacer fiesta a su
vuelta. Era una fiesta que tenía sentido desde la gratuidad del que miraba más allá de las
acciones.
¿No os entra ganas de ser un “figura”, un “Quijote” como Jesús de Nazaret? De ser así
no penséis que seréis bien entendidos; quizás no os entendáis ni vosotros mismos.
Porque si ya tenemos bastante con lo nuestro nos veremos comprometidos con las
cosas de los demás. Y si con mis preocupaciones me basta me sentiré llamada a no dar
el rodeo cuando me encuentre un preocupado de la vida. Esto de Jesús de Nazaret es
muy serio e incómodo, porque si éramos pocos resulta que me veo alentado a abrir la
puerta al que viene de fuera, bien si es rubio y viene del norte o si es moreno y se acerca
por el sur. Pero, es más (y esto ya es el colmo): resulta que dentro del que usa la violencia
hay un hermano o una hermana. ¿Y cómo reaccionar si me agrede? Lo que sí está claro
es que el “figura”, el “Quijote” de Nazaret no lo haría de cualquier manera. La acción del
agresor es reprobable, como la de irse a despilfarrar su fortuna, pero el que la ejecuta es
tan digno que se merece un abrazo, un beso, una fiesta.
¿Vosotros lo entendéis? Yo, sinceramente, no. Pero para que podamos ser un “Quijote”,
roguemos al Señor.