HOMILÍA NAVIDAD-A (25 diciembre 2022)
Muchos de nosotros tenemos el “belén” guardado durante todo el año; pero
llegada la Navidad recuperamos la caja y vamos sacando figurita a figurita en una
ceremonia que se repite diciembre a diciembre. Y allí intentamos rememorar lo que
ocurrió hace miles de años y que tanto marcó a toda la humanidad. De hecho, cuando
medimos el tiempo, decimos «antes de» eso o «después de» eso. Pero, obviamente, el
belén de nuestra casa, o de los templos, o de donde fuese es una representación lejana y
muy distorsionada por infinitos factores. Lo que ocurrió en Belén poco se parecería a un
río con papel de aluminio o a un niño Jesús de estilo napolitano. Pero, ¡qué mas da! Lo
importante es todo lo que alimente la fe en ese Dios de entrañas de misericordia que nos
envió al Sol que nace de lo alto para iluminar nuestras tinieblas; lo que cuenta es que esa
figura, quizás mutilada por el paso de los años, acreciente nuestra fe en ese Verbo de
Dios que se hizo hombre y acampó entre nosotros. De ahí que, como vamos a relativizar
las formas nos tomamos la licencia de hacer un belén un tanto original. Comenzamos.
El «Niño Jesús» envuelto en pañales y acostado en el pesebre va a ser esa
situación anímica que padeces: la alegría serena, la ansiedad mordiente, la luz que todo
lo ilumina o la confusión que todo lo oscurece. La «Virgen María» está representada por
tu familia: unida o desunida, viviendo en paz o envuelta en conflicto. «San José» es tu
barrio: con sus calles, plazas, tiendas y cafeterías, con sus aceras levantadas o con la
falta de sitio para poder aparcar el coche. La «mula» es tu parroquia o tu movimiento: con
ese cura que media para dar vida o que es una bomba con piernas; con los grupos que
forman una comunidad o con aquellos que solo buscan un hueco en el templo; con los
niños de la catequesis y sus padres y madres. El «buey» es nuestro país: con su historia,
con sus instituciones y con sus políticos; con sus sesiones parlamentarias de alto nivel o
de alta vergüenza; con sus ciudadanos comprometidos, cansados o indiferentes. La
«cueva» es nuestro mundo, tan grande y tan pequeño. El mundo que puede ser recorrido
de un extremo a otro en largas horas de avión y que, al mismo tiempo, nos resulta tan
desconocido en la diversidad de culturas. Los «pastores» son los pobres, de todo tipo y
signo, de cultura, de limpieza, de recursos económicos, de inserción social, de salud, de
espíritu, de dignidad, de derechos humanos. Y el «ángel» es nuestro credo, esa religión
que nos sirve de camino para acceder al Inaccesible.
¿Qué te parece el «belén»? ¿Original? ¿Raro? Pero, ¿es que no es raro el de tu
casa que tiene una oveja que es el triple de grande que el pastor? ¿No es raro el de tu
parroquia que tiene como fortaleza de Herodes el castillo de tu pueblo? El
auténticamente «raro» es ese Dios que se empeña en encarnarse, en hacerse historia, en
convertirse en situación, en vivir en lo que vivimos.
Sea cual sea tu «belén» te invito a que pares; a que te olvides por un momento de
tanta luz, comida y regalo; y que arrodillado (aunque solo sea de corazón) puedas decir
con humilde fe: «Sí, quiero creer más allá de donde llega mi fe, que te has encarnado en
Nazaret; en el Nazaret de mi ánimo, de mi familia, de mi trabajo, de mi barrio, de mi
mundo, de mis pobres. Quiero creer que estás dentro de todo lo que vivo; que siempre
buscas lo más bajo de mí, de los otros, de la historia y de los contextos; que estás tan
cerca de todo que tu proximidad te hace invisible. Sí, quiero creer en lo pequeño y como
pequeño: creer en el misterio con figuras mutiladas y ríos artificiales; creer en los
nacimientos cuyas imágenes están hechas de pura realidad, de pura circunstancia, de
puro vecino, de pura historia.