HOMILÍA DOMINGO III PASCUA-C (1 mayo 2022)
Jn 21, 1-19
A todos nos es familiar la imagen de un niño o una niña que impresionado ante todos los
regalos de Reyes le cuesta elegir el primero que va a desenvolver; ¿por cuál de ellos se
decidirá? Así nos podemos sentir cada uno de nosotros ante la grandiosidad del
evangelio que nos ofrece la liturgia; ¿en qué fijar especialmente nuestra atención? Está
claro que nuestras decisiones están influenciadas por muchas realidades internas y
externas. Lo que estamos viviendo en estos momentos, ¿nos puede condicionar a la
hora de elegir un aspecto del evangelio que nos toca? Desde luego que sí, pero vamos a
verlo.
A nadie le gusta que le salga la “muela del juicio”, pero pertenece al orden natural de la
vida. A ninguno nos gustan los conflictos, pero son inevitables, también como la vida
misma. El conflicto nos acompaña con nuestra humanidad pero, es más, es fundamental
para el avance y el crecimiento. Las “tesis” de mi vida sólo podrán evolucionar, si alguien
me incomoda con una “antítesis”, con una tesis contraria. Y como fruto de ese conflicto
interno y externo aparecerá una “síntesis” más desarrollada. Pero el conflicto, que nos
puede ayudar a crecer, también puede ser destructivo. El conflicto, llevado al extremo,
degenera en violencia. Como forma suprema de violencia, la guerra. En ella el ser
humano pierde su dignidad al ser considerado objeto prescindible o al convertirse en
sujeto que la quita a otro. Pero también el conflicto doméstico puede acabar en agresión
por parte de aquellos que están juntos para amarse; o se puede llevar por delante a los
más inocentes y vulnerables. Y la vida está llena de pequeños conflictos enquistados que
no dejan crecer a las personas, a las familias, a las comunidades y a las sociedades.
Ante este panorama viene en nuestra ayuda el evangelio de este domingo. Desde luego
no pretendemos ponernos a la altura de todo un Resucitado, pero su “modo de ser en
relación” nos puede iluminar para obtener, de forma realista, criterios de actuación para
situarnos ante los conflictos.
Jesús ha resucitado de la muerte y de todos los resentimientos. Después de lo que ha
ocurrido se trasciende a sí mismo y con absoluta gratuidad sale al paso y se acerca a los
que le han abandonado o negado. No sólo se hace el encontradizo, sino que va a crear
un espacio restaurativo, generador de vida a través de la reconciliación. Al llegar tiene las
brasas encendidas para comer con ellos. No dicen nada, pero saben bien que es el
Señor. Nos imaginamos cómo en el silencio de ese almuerzo era muy sonoro el relato de
la pasión, la toma de postura de cada uno de ellos, el sentimiento de culpa, el deseo de
saberse perdonados… Y, por encima de todo ello, la iniciativa de Jesús de preparar una
comida que recreaba y enamoraba. El Resucitado actúa de tal forma que los sorprende.
Su reacción es tan creativa que no se explican cómo los puede cuidar con tanta ternura
después de lo que habían vivido. Queda una conversación pendiente que es muy
especial. En la sobremesa está a solas con Pedro. No puede dejarlo en esa situación.
Necesita acompañarlo para que pueda rehacer el camino de la negación, para que sane
su interior, para que pueda trascender su pecado. Para desandar el camino una pregunta
por cada negación y una declaración de amor. Pero Pedro ya no está donde se
encontraba antes. Ahora puede hablar desde su verdad, ha reconocido su fragilidad, “tú
lo sabes todo, tú sabes que te quiero” a pesar de mis limitaciones y pecados.
La luz está regalada, pero el trabajo está por hacer. Ni es fácil, ni mágico. En los
conflictos que vivimos, ¿cómo crear espacios de restauración, de cuidado y de perdón?