HOMILÍA PENTECOSTÉS-B (23 mayo 2021)
Jn 20, 19-23
Hoy la Iglesia celebra Pentecostés. Y la liturgia nos ofrece un evangelio sencillo y
muy profundo. En él se narra cómo los discípulos estaban reunidos con las puertas
cerradas por miedo a los judíos cuando, en medio de ellos, aparece el Resucitado, les
desea la paz y les muestra las marcas de la cruz. Y volviéndoles a desear la paz les da el
Espíritu con un soplo y los envía como el Padre envió a Jesús. ¿Esta es una historia, que
nos puede llegar más o menos, o es la nuestra propia?
Cada hombre y mujer de este mundo, de cualquier lugar y de todos los tiempos,
es singular y diferente. Como solemos decir en lenguaje coloquial: “no hay dos personas
iguales”. Pero en esa originalidad hay experiencias comunes a todos los seres humanos,
provengan de donde provengan y sean del tiempo que fuese. Una de ellas es el miedo. El
miedo es la reacción lógica o irracional ante todo aquello que experimentamos como una
amenaza, sea real o imaginada. ¿Quién de nosotros no está experimentando en este
momento alguna sensación de miedo? Pero ese miedo nos hace cerrar las puertas,
defendernos. ¿Os habéis dado cuenta que los perritos asustados o meten el rabo entre
las patas o muestran los dientes? Todo esto se agrava si la situación que vivimos propicia
esos miedos o incertidumbres. Cuando nos vemos asediados solemos decir: “sálvese
quien pueda”.
La cuestión es que si esto es tan humano, la experiencia de Dios se tiene que dar
en el seno de nuestros miedos. Es decir, el Resucitado tiene el poder de atravesar todos
los obstáculos que le ponen nuestros miedos, se puede poner en medio de ellos y decir:
“Paz a vosotros”. Esa paz que ofrece puede convivir con las marcas de la crucifixión; es
decir, nos promete una paz que se arraiga en un nivel más profundo al psicológico. La
paz del Resucitado es más honda que ese temor, ansiedad y angustia que tanto nos
incomodan. Es curioso que el Resucitado invite a los que están encerrados a que salgan:
les da el Espíritu y los envía. Para alcanzar la paz tienes que saltar tus miedos, abrir las
puertas, salir y vivir con un propósito, con una misión. Es curioso, el antídoto del miedo
es la misión en el Espíritu.
Os pongo un ejemplo inculturado en las latitudes desde las que escribo esta
reflexión. En la procesión del Rocío hay un momento singular. Y es cuando los
almonteños saltan la reja para hacerse con el paso que portará la imagen de la Virgen
que, seguidamente, será procesionada. Ese “saltar la reja” está precedido de un sin fin de
tentativas hasta que una de ellas es la definitiva. En las romerías de la vida nos podemos
quedar sin procesión porque nunca llegamos a saltar las rejas de nuestros miedos.
Hoy le pedimos al Resucitado ser más conscientes de la presencia del Espíritu que
nos habita. Y le pedimos: “Espíritu, haz que mis miedos ancestrales e irracionales no me
dejen sin vivir la vida. Ayúdame a saltar mi individualismo para contemplar y cuidar a los
que tengo a mi alrededor. Espíritu que mis miedos no creen fronteras con aquellos que
son diferentes, piensan de forma distinta, vienen de otros países o rompan nuestra
sensación de seguridad. Espíritu que nuestras Iglesia, nuestras congregaciones nuestras
parroquias, asociaciones, hermandades y cofradías vivan en continuo “salto”, “en salida”
para, haciéndose cercana y asequible, puedan anunciar al que promete la paz en medio
de todo miedo.