HOMILÍA DOMINGO III T.O-C (23 enero 2022) - Lc 1,1-4; 4, 14-21
Un día le pregunté a un compañero entrado en años cómo se encontraba. Su respuesta
fue muy gráfica: “Hijo mío, apuntalao: la pastilla de la próstata, la pastilla de la tensión, la
pastilla del colesterol. Apuntalao”. Y es que, con cierta frecuencia, se cumple lo de:
“Dime las pastillas que tomas y te diré la edad que tienes”. En el plano espiritual también
necesitamos de medicinas que nos cuiden; porque, como en el físico, también podemos
hablar de “enfermedades”. Hay enfermedades, como el colesterol, que van trabajando
silenciosamente; pareciera que no tienes nada hasta que sobreviene el infarto. La
desesperanza va actuando de la misma manera. Metafóricamente hablando, las arterias
por donde fluye la vida se van obstruyendo a base de malas noticias, de dificultades, de
adversidades, de obstáculos. Como toda enfermedad la desesperanza tiene sus
síntomas: el cansancio, la apatía, el desinterés, la incapacidad para esperar, la falta de
horizontes. Y cuando la desesperanza está avanzada ya no se vive, se sobrevive para,
poco después, dejarse morir. Por eso son tan importantes las “pastillas para el colesterol
espiritual de la desesperanza”.
Muchos siglos antes de que Jesús naciera un profeta quiso combatir el abatimiento de su
pueblo con un anuncio lleno de esperanza. Estando oprimidos por un gran imperio les
habló de pobres que recibían una buena noticia, de cautivos liberados, de ciegos que
volvían a ver, de oprimidos que conseguían la libertad. Ese anuncio fue una medicina que
sirvió de bálsamo y alentó la espera de los que tanto y tanto sufrían. Pasaron los siglos y
el mismo pueblo seguía oprimido pero por un imperio diferente. En las calles seguía
habiendo pobres, ciegos, lisiados y oprimidos. Quizás había motivos para dejar de creer
pero un muchacho fue a su pueblo y, estando en la sinagoga, volvió a leer las mismas
palabras del profeta. Y ante todos dijo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis
de oír”. Él se presentaba, ante tantos oprimidos, ante los tentados de esperanza como
aliento que sostiene la espera. Desde aquello han pasado muchos siglos y siguen
existiendo las realidades representadas bajo el signo de los pobres, los cautivos, los
ciegos y los oprimidos. Ya no nos dominan ni los persas, ni los romanos, pero, incluso en
sociedades opulentas, nos sentimos aplastados. Esperamos tener para pagar la luz, el
agua y llenar la nevera. Cuando podemos hacerlo esperamos tener a alguien que nos
mire bien y nos quiera. Si se nos da en suerte vemos que, teniéndolo todo, seguimos
buscando no sabemos qué porque algo nos falta. Pero en la vida corriente todo es más
complejo porque, si de por sí somos seres eternamente insatisfechos cuando todo lo
tenemos, a eso se le une que nos pueden faltar muchas cosas. Y las zarzas del agobio
por encontrar lo que nos permita pagar y comer nos asfixian; y no dejamos de buscar
que nos valoren porque, en su momento, no nos valoraron; y no faltando nada en nuestro
armario nos falta un sentido para poder seguir viviendo con ilusión lo de todos los días.
¿Y no habrá un profeta Isaías, o un Jesús en Nazaret, que impulsados por el Espíritu
proclamen la buena noticia a los pobres de cualquier signo? ¿Quién se convierte hoy en
canto de esperanza, en pastilla para prevenir el colesterol espiritual de la desesperanza?
Esos somos nosotros. En medio de nuestras sociedades estamos llamados a
convertirnos en “anuncio”. El anuncio, que no se conforme con ser proclama o verborrea,
requiere la fuerza del testimonio profético. La fuerza de la esperanza no vendrán de
muchos que digan que creen en Dios, sino de una minoría que, alentada por el Espíritu,
estén al lado de los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos. Se morirán y
seguirán existiendo realidades de sufrimiento, pero de una forma callada y poderosa
habrán dado a la humanidad un motivo para creer, para esperar, para amar. Tienen la
fuerza de la flor que nace en medio del asfalto que arranca la sonrisa, que hace decir:
“Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”.