HOMILÍA SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS (1 octubre 2021)
Hoy es un día muy especial para todos los Misioneros de la Esperanza. A la
celebración del día de nuestra patrona, Santa Teresa del Niño Jesús, se une la
vinculación y entrada en aspirantes de un grupo de hermanos. Sí, hoy estamos de fiesta.
En este curso el Equipo Director propone a nuestras comunidades que
contemplen el proceso espiritual de nuestros patronos, de nuestros mentores y de
nuestro fundador. Sus vidas nos suenan más o menos pero, ¿y el proceso con sus etapas
que vivieron hasta su encuentro con el Señor?
Cada uno de nosotros se ha acercado a la figura de Teresa de Lisieux. Ella es un
tesoro inagotable. De una visión superficial y basada en anécdotas estamos llamados a
entrar de lleno en la profundidad de su mensaje. De este podríamos decir muchas cosas
y, al mismo tiempo, no podríamos decirlo todo. Sólo quiero compartir con vosotros una
reflexión sobre algo esencial en su espiritualidad: su confianza ilimitada.
Por un lado, Teresa de Lisieux puede incomodar la sensibilidad del lector moderno
por el envoltorio romántico en el que se envuelve su doctrina. Pero su mensaje le ofrece
un regalo a esta modernidad. Si contemplamos a la gente de la calle (a nosotros por
tanto) vemos a una multitud que camina sobre el agua; son como viandantes
desconsolados, como seres que pisan en la falta de suelo. Muchos, muchos de ellos, ¿en
qué se apoyan?, ¿en qué pueden confiar?: la casa común está amenazada por el cambio
climático; la pandemia nos ha mostrado nuestra vulnerabilidad; los líderes sociales no
dudan en usar la mentira como elemento del juego político; la sociedad del bienestar se
ve amenazada en sus posibilidades de trabajo, de cobertura sanitaria, de pensiones para
el futuro; el poder de la tribu va decayendo con el desmoronamiento de las familias; y
hemos quitado las creencias de siempre para no sustituirlas por nada que nos haga
creen en algo. La gente de la calle se hunde en el agua, no tiene ninguna piedra de apoyo
en la que confiar, se llena de ansiedad, de zozobra, de incertidumbre.
Y a este mundo que se hunde por falta de apoyos una muchachita le ofrece una
alternativa: CONFIAR. Leer su autobiografía sin cuidado nos podría hacer pensar que
para ella fue fácil confiar. Creció en un contexto donde se le procuró, a base de amor y
cuidado, la confianza básica que la equipó para su vida. Y eso es verdad. En este
sentido, fue una privilegiada. Pero muchos afortunados como ellas se ahogaron en las
noches de la vida. Cuando la vida se le iba a chorros su experiencia de Dios se vuelve
oscura y silenciosa. La que siempre había estado arropada por su familia y el sentimiento
de lo divino se ve en medio de la nada y del tormento físico, psíquico y espiritual. Y en
pleno infierno toma una decisión: CONFIAR. Mientras su cuerpo le grita y su psiquismo le
tortura ella decide vivir de fe confiada. Sus pies se apoyan en el convencimiento de que
Dios padre amoroso sostiene a los que son como niños; a los que, en medio de la
tormenta, se abandonan al que duerme en la barca que amenaza con hundirse.
Ser Misioneros de la Esperanza es ser misioneros de la confianza. Teresa de
Lisieux es el faro que nos indica que la piedra angular de nuestro carisma es confiar. Esa
confianza se traduce en oración y lucha. Confiar nos lleva a una comunión estrecha con
Dios siempre y en todo lugar; a ser contemplativos en el silencio y en el ruido, en el
templo y en la plaza, en la consolación y en la desolación. Confiar te invita a orar, y orar
alienta la confianza. Pero confiar también lleva a la lucha. Luchar es invertir nuestras
fuerzas confiando que es posible vivir el Evangelio; luchar es vivir desde una vocación
que te hace ser apóstol en tu casa, en tu trabajo y en esa otra familia que llamamos “centro”; luchar es vivir con la convicción de un encargo hecho, la construcción del
Reino.
Bienvenidos a nuestra familia vosotros que os vais a vincular. Si algo se nos ha
regalado, y no podemos perderlo, es nuestra realidad comunitaria y familiar. Ser Mies nos
vincula los unos a los otros. Ser Mies te hace sentir que perteneces a un grupo con un
proyecto. Y ese proyecto es el de Jesús de Nazaret. Nosotros amamos mucho a nuestra
familia y ese amor nos hace verla tal cual es. Para nosotros, sus limitaciones no son
trapos sucios, sino posibilidades de crecimiento. Y con la confianza que el niño o la niña,
que va corriendo a decirle a su papá o mamá lo malo que ha hecho, nosotros le decimos
confiados: que mientras estamos llamados al seguimiento radical (la santidad) un
porcentaje muy bajo hace ejercicios espirituales y uno, bastante alto, ha aparcado la
celebración de la eucaristía. Que mientras estamos llamados a transmitir a los demás la
figura de María, no muchos podrían fundamentar su devoción desde las Escrituras. Que
mientras se nos encomienda la tarea de la evangelización de los niños y los jóvenes, el
mantenimiento de nuestros centros es una empresa muy difícil. Que la liberación integral
es nuestro cuarto fin y quizás el último en mucho de los sentidos. Y todo ello es un
discurso que se dirige a la masa, pero que tendría que ser adaptado al proceso y la etapa
de cada persona.
Desde la confianza en Dios podemos confiar en nosotros. Por ello, en medio de
muchas cosas buenas podemos también nombrar sin tapujos los retos que tenemos por
delante. Y la fórmula es conocida: ORA, LUCHA Y CONFíA.