HOMILÍA EPIFANÍA DEL SEÑOR-A (6 enero 2023)
Mt 2, 1-12
Un año más nos encontramos celebrando la Solemnidad de la Epifanía del Señor,
el Día «Reyes». El mensaje es claro y rotundo: el Niño Dios ha venido para todos,
representados en los «Magos de Oriente». Porque, es curioso, desde el primer momento
los «paganos», los más alejados, fueron los que dispensaron mejor acogida al mensaje
del Reino. En el contexto desde donde escribo, bonita noche y espléndido día este,
¿verdad? Todo tan lleno de la alegría de los niños, del color de los papeles de regalo, de
las caras de sorpresa… Y en ocasiones creo que nuestra experiencia de fe, o presenta
esta claridad y este colorido, o pensamos que es defectuosa y poco generosa. La
experiencia de fe, ¿pudiera ser oscura, incierta, ambigua, incompleta y, no por eso, ser
«mala»? Para responder a esta pregunta vamos a detenernos en la búsqueda de los
Magos de Oriente.
El evangelista Mateo no dice nada de cómo comenzaron su andadura, ni de lo que
les movió a ello, ni del trayecto hasta llegar a Jerusalén. Pero tomaron una decisión difícil
solo movidos por una estrella. Cierto es que existía la creencia de que el nacimiento de
un personaje significativamente histórico venía acompañado del nacimiento de un
elemento astronómico. Pero la «estrella» solo insinúa, apunta a una posibilidad; es más
intuición que mensaje cierto. Movidos por lo no concreto deciden dejar su tierra y cultura
y lanzarse a lo desconocido y sin garantías de éxito. La experiencia de la fe comienza con
el despuntar de una estrella. Es un rumor que te habla de un Alguien que nos habita. Ese
rumor ha podido ser la palabra de una persona cercana que nos habló de Dios, la
educación religiosa que recibimos, una experiencia juvenil o determinada carencia que
me hace buscar algo «divino» que nivele mis déficits y necesidades. La experiencia de la
fe es experiencia de caminar por la noche sobre el agua. Como diría el poeta: «solo la sed
nos alumbra». Aquí no valen las certezas, ni las demostraciones, ni pisar firme. Este viaje
se comienza a base de confianza en el riesgo.
Pero la estrella, además, es intermitente: ahora brilla, para no hacerlo cuando ya
has comenzado el camino. Lo único que tenías, desaparece, para aparecer más tarde. Es
la alternancia entre caminar guiados o solos; entre tener luz que indica el camino o
sombras que lo ocultan; entre saber con seguridad hacia dónde dirigirnos o ir
averiguando paso a paso si seguimos la ruta. Esta es la experiencia de la fe. Periodos de
luz y periodos de oscuridad. Tiempos donde todo brilla y sobran las claridades. Y
tiempos donde nada vemos y abundan las dudas. Siempre hay noche, pero con estrella
es noche de luz. Sin ella es noche oscura, de las que con palabras de un testigo «juntan
amado con amada» en la nada de los sentidos.
Están en búsqueda, es decir, están en camino. El camino es lo que va desde el
punto de salida al punto de llegada. El camino es el tiempo del vivir sin nada, solo del
camino; porque se ha dejado lo que se tenía y solo hay una promesa de poder alcanzar lo
que se busca. El camino, en ocasiones, es llano y fácilmente transitable; para, poco
después, convertirse en empinado y lleno de rocas y maleza. Mientras se camina se
aconseja centrarse en el paso que se va dando, en las sensaciones agradables o poco
placenteras que se experimentan, en el paisaje que nos envuelve, en el sol, el viento, la
lluvia o la brisa. La experiencia de fe es «experiencia de siempre estar en camino». Es la
experiencia de haber iniciado un viaje donde lo que nos mueve es una promesa. Es la
promesa de colmar un deseo y apagar una sed que siguen estando vivas. Y que solo
podrás alcanzar si has tenido la experiencia del desprendimiento. Es la sensación de
haber dejado casa, madre, padre, hermanos e hijos sin haber todavía experimentado el
ciento por uno. Para aspirar a la plenitud de las cien, has tenido que salir del confort de la
casa pequeña y destartalada. Con la sola promesa de las cien tienes que vivir las
inclemencias del que no tiene donde cobijarse ni calentarse. Pero la técnica es la misma,
centrarse en cada paso. Vivir creyendo en lo poco, en lo pequeño, en el instante.
Pero llega un momento donde ya no saben por dónde seguir. Tienen que hacer
una parada para preguntar. Seguir es arriesgarse, no ya a caminar en la noche, sino dar
vueltas y vueltas sin llegar a ninguna parte. Y se detienen en Jerusalén. Preguntan a los
menos adecuados: al psicópata de Herodes y a los pusilánimes sumos sacerdotes y
escribas. Uno solo quiere matar a todo aquel que le pueda arrebatar el poder. Los otros lo
saben todo, pero no mueven un dedo para ir a adorar al Mesías. Pero, pese a todo, han
podido recabar de ellos la información que necesitaban. En la experiencia de fe hay
momentos en los que hemos de «parar» para «preguntarnos y preguntar». Necesitamos
de la mediación que pueda escuchar el relato de nuestro viaje, de los caminos que
hemos tomado, de las vueltas dadas y de los percances sufridos, de las puestas de sol
contempladas y del cansancio experimentado. Mediaciones que nos remitan a la Palabra
para darnos luz por dónde reanudar la marcha, sobre todo cuando no hay estrella. Y, se
puede dar, que aquellos que nos guiaron necesiten tanto o más un guía para ellos
mismos.
De pronto, reaparece la estrella. Y les conduce a un lugar escondido donde se
encuentra un niño. Cuando comenzaron tuvieron que confiar en ese astro que no siempre
iluminaba; ahora tienen que hacerlo de nuevo. Porque les señala lo «contracultural». Les
dice que en la debilidad del recién nacido está el «Rey de los judíos». Siguen necesitando
de la fe. Esta fe les lleva a experimentar una «inmensa alegría», a postrarse y a ofrecerse
ofreciéndoles oro, incienso y mirra. La experiencia de fe es la promesa de una inmensa
alegría: “Espera en Dios que volverás a alabarlo”, dice el salmo. Esa promesa de alcanzar
la cima te hace siempre dar un paso más, por cansado o cansada que te encuentres.
Porque la cumbre pueda estar detrás de esa pequeño monte que se nos presenta
insalvable. Junto a la alegría está la adoración. La experiencia de fe es lo que nos permite
ponernos de rodilla ante todo porque todo es susceptible de convertirse en lugar de
encuentro y revelación. Es adorar al Dios presente en la eucaristía, en la calle, en la
panadería, en la cola del banco. Es decir «amén» cuando comulgo la Hostia o cuando lo
comulgo en cada persona que viene a mi encuentro. A la alegría y a la adoración se le
suma el ofrecimiento. La experiencia de fe siempre es entrega al Dios que previamente se
nos ha entregado; es dar lo antes él nos dio; es entender que en él vivimos y vivimos para
el que nos dio la existencia.
Y tú, ¿en qué etapa del camino te encuentras? ¿Estás siendo invitado a salir de ti y
de tu confort solo desde el rumor de una estrella? ¿Te sientes andando en la noche?
¿Vives disfrutando del camino de la experiencia de fe o te toca vivir un tramo difícil?
¿Estás tentado o tentada de abandonar? ¿Experimentas la necesidad de parar para
preguntar y profundizar en lo que vives? ¿Te sientes invitado o invitada a vivir la fe en las
mediaciones de la vida cotidiana? ¿Estás en un momento de inmensa alegría? ¿Puedes
contemplar la presencia de Dios en la materia de la vida y la historia? ¿Te sientes llamado
a entregarte y ofrecerte en agradecimiento?
El Dios que se reveló a los paganos, a todos, se revela en cualquier situación que
atravieses. ¿Qué tiene de «epifanía», «manifestación» lo que vives?