"Hijo de un mismo Dios"
“¿Cuándo nos volvemos a ver?” Esta es la mejor pregunta que un niño de diez años te puede hacer al terminar un campamento.
Por segundo año consecutivo Mies Alicante (Misioneros de la Esperanza) ha organizado su encuentro de verano “Hijos de un mismo Dios”. Seis días intensos rodeados de montañas y árboles en los que el sentimiento generalizado al terminar es el de agradecimiento.
Ha sido el campamento de la interculturalidad. Sin distinción de clases, razas, religión o tradición, los niños han conocido y convivido cada día en una cultura diferente, con la intención de eliminar prejuicios y conocer otras costumbres.
América, África, Asia, Europa y Países Árabes. Su música, valores, trajes tradicionales, juegos, oraciones y gastronomía… todo giraba en torno a la cultura del día.
El campamento comenzó el pasado 27 de julio, aunque realmente todo empezó a fraguarse hace ya cinco meses. Primero surgió la idea, luego los equipos de trabajo (ambientación, talleres, juegos, etc.), después la convocatoria en los distintos centros y parroquias donde MIES hace apostolado y el resultado fue que, de veinticinco niños que vinieron el pasado año, hayamos aumentado hasta sesenta y uno, con once animadores, diez responsables de grupo y seis voluntarios de la Fundación Telefónica.
Esto último ha sido una de las sorpresas más gratas que hemos tenido. La voluntad y el tiempo dedicado es mucho, pero los medios económicos escasos. Fue por ello que presentamos un proyecto a la Fundación Telefónica solicitando una subvención para llevar a cabo de una manera más holgada esta labor. Afortunadamente nos la concedieron, con lo que se pudo abaratar la aportación de los acampados, facilitando así la participación de niños del barrio que, probablemente sin dicha subvención, no habrían podido asistir.
No menos importante que el valor económico fue la participación desinteresada de los seis voluntarios de la Fundación que pusieron sus vidas y sus dones al servicio de MIES y que han dejado su huella en cada uno de nosotros y no podemos más que darles las gracias.
De la misma manera, no debemos olvidarnos de otros dos equipos de trabajo fundamentales: el equipo de cocina, adaptando los menús de cada día a la gastronomía típica de cada país y cultura, haciéndolo todavía más real y el equipo de animadores y responsables que, sin descanso ni queja, han estado al pié del cañón, bailando, animando, disfrazándose, y apoyando en todo lo que fuera necesario.
De niños con edades comprendidas entre siete y catorce años hemos aprendido la capacidad de superación, la necesidad que tiene esta sociedad de la risa, del abrazo y de la solidaridad. Cinco grupos de niños que han conseguido relacionarse entre ellos potenciando la convivencia y que han trabajado valores como: escucha, perdón, alegría, empatía, superación, aceptación, trabajo en equipo y cooperación. Valores que todos conocemos en teoría pero que en la práctica se olvidan muchas veces anteponiendo el individualismo.
Todo esfuerzo se ve infinitamente recompensado con sus abrazos, sus miradas, sus risas, sus oraciones…
Para un misionero de la esperanza su apostolado no es un trabajo, es una vocación, es su vida. De manera que cuando llega a casa y ordena todo lo vivido, la nostalgia le hace ser consciente del valor de su vocación.
En definitiva sabes que se ha cumplido el “ciento por uno” cuando una niña de nueve años te dice: “en este campamento me he dado cuenta de que las cosas de Dios no son un tema de broma”.