SEMBLANZA de Anabel García Jabato
Recordamos de Anabel, antes de Vincularse a MIES, que asistia a las tandas de
Ejercicios Espirituales, sentada con Emi Campos. Gustaba verla simpática, sonriente, en
silencio total, compartiendo la oración. Así nos íbamos sintiendo cercanos y queriéndonos
sin hablar, conscientes que la cercania de Dios, une.
Era hija de unos padres santos, de los que dice el Papa Francisco “santos de la
puerta de al lado”, que formaron una familia muy numerosa, en la que todos sus hijos, de
una forma u otra estaban unidos al Señor.
Formaba parte de un grupo, procedente de otro movimiento cristiano. Este grupo
se pasó muchos días orando ante el Sagrario, en el ábside de la Iglesia de San Felipe
Neri, buscando cuál era la voluntad de Dios al respecto, pidiendo ver claramente su
voluntad.
El párroco de San Felipe Neri por entonces, P. José Antonio Romero Almodóvar,
les ayudó a discernir su pertenencia a MIES.
Igualmente, nuestra Comunidad MIES Nuestra Señora de La Alegría, tras una
división, estaba en búsqueda también. Ambos grupos nos unimos como Comunidad MIES
y tras la correspondiente reflexión común se decidió continuar con el nombre de la
advocación mariana de La Alegría, ya que este grupo, en el otro movimiento cristiano,
tenian también el nombre de la advocación de Nuestra Señora de La Alegría. Todos
vimos como voluntad de Dios nuestra unión en un solo grupo MIES. Posteriormente se
votó para elegir Responsable de Comunidad y resultó designada Anabel. Con el paso del
tiempo todos coincidiámos en que fue una buena Responsable.
De la misma forma su matrimonio fue un regalo de Dios. El Señor unió a dos
personas, por medio de su Madre, con el trasfondo del santuario mariano de Onuba, en
una historia de amor preciosa y les regaló un hijo maravilloso.
Durante su enfermedad, como lo hizo toda su vida, se mantuvo unida a Dios,
demostrando una fortaleza y una fe digna de ejemplo para todos los que estábamos a su
alrededor. Al mismo tiempo solía olvidarse de sí misma, con el objeto de hacer a su
marido e hijo, así como al resto de familia y demás hermanos de comunidad, más
llevaderos los momentos difíciles de su estado. Siempre se mostraba alegre y bromeando
hasta el último momento de su vida, antes de estar en los brazos amorosos de ese Dios
en el que ella creía y esperaba.
Para los que la conocimos resulta fácil identificarla como una ventana abierta a
Dios.
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Hay personas que siguen presentes entre nosotros, aunque lleven mucho tiempo
en los brazos del Padre, desde sus cuarenta años. Y una de esas personas es mi amiga,
cuñada, hermana… Anabel García Jabato.
Su paso por esta tierra, fue rápido pero cargado de sentido para ella y para los que
la conocimos y quisimos.
Recuerdo que, desde niña, ya mostraba varios rasgos distintivos que de alguna
forma viajaron con ella hasta el final de sus días en esta vida. Era alegre, de sonrisa
amplia y ojos brillantes, también era de enorme corazón y muy empática con las alegrías
y penas de los demás. De carácter algo retraído, su marcada vocación hacia los niños la
llevaba a mostrase y entregarse a ellos con el despliegue de toda su alegría, ternura y
protección. Otro de sus rasgos significativos era su total, rotundo e increíble
enamoramiento del Señor. En la Parroquia de San Felipe Neri, como miembro de su
Coral, asistiendo a diversas reuniones y formaciones, especialmente, la que tenía lugar
una vez por semana con Emi Campos y Carlos Fuentes, pendientes de nosotros y que
tanto bien nos hizo a todos; en Onuva (Sevilla) con sus encuentros de meditación y
discernimiento, gran momento para su conversión personal; en la Legión de María, donde
asumió diversas responsabilidades y numerosos apostolados; en la Cofradía de la
Salutación, ayudando en todo lo que podía, sintiendo gran cariño por los hermanos
cofrades y por sus Titulares; y por último, en MIES, donde encontró una vocación fuerte,
enamorándose de su carisma. Su vida fue la búsqueda de Dios, gozar de su cercanía,
querer a su familia, a sus amigos, a los enfermos, y a sus hermanos de comunidad.
Una vez le pregunté por qué siempre que pasaba por la Iglesia de San Felipe
(varias veces al día, pues vivía justo enfrente) asomaba la cabeza y miraba al Sagrario y
ella me contestó con total naturalidad, que cómo podía pasar sin saludarlo o decirle
alguna “cosilla” cariñosa, como hacía con su padre o madre. Y yo, siempre he pensado
que el Señor se derretía por ella, por su naturalidad, por su abrumadora lógica en cosas
que para mí eran dudosamente certificables. Ahora lo pienso y su fe era especial, fuerte y
normal, como querer a los que la rodeaban, a los que veía y tocaba a diario. Dios y más
ahora, era y es ya tan real para ella, como cualquiera persona.
En MIES, como decía, encontró, después de un prolongado período de oración y
discernimiento, un lugar especial para unir lo divino con lo humano y sentirse a gusto. Las
canciones, reuniones, los ratos de oración en San Felipe o en el Centro MIES de
Carretería, formaban parte de su planificación diaria. Fue nuestra primera responsable,
después de unirnos a la Comunidad de la Alegría, en la que volcó su interés, su
constancia. Puso en valor todos los momentos comunitarios y amó a los hermanos y
hermanas como regalos que María, la Madre, que presidía su día desde el primer
despertar (Esclavitud Mariana) le había dado para que su camino fuese más ligero y lleno
de la promesa de la salvación.
Como hija, hermana, tía y amiga era buscada y queridísima, pues su compañía
hablaba de ternura, alegría, aprovechando cada instante al máximo, consejo…
Encontró el amor en su esposo Tito y la enorme dicha de traer a este mundo a su
hijo Francisco que la llenó de todo lo que había esperado siempre y la ayudó en su
encarnizada lucha contra la enfermedad. Incluso en su último día de vida y semisedada,
tenía miradas y gestos de cariño y complicidad con los que la rodeábamos, como
queriendo retenerla, sabiendo que muy pronto volaría a los brazos del Padre.
Me enseñó mucho de los detalles, como Santa Teresita, de los recuerdos que
guardaba ordenados, como tesoros frágiles, de la sencillez y entrega, de la escucha y la
alegría, de mostrarse fuerte y otras veces, débil y necesitada de Dios y de nosotros.
Es cierto que hay personas que no se van, su olor, su calidez, su sonrisa, quedan y
nos acompañan, y, en los tiempos difíciles, resuenan sus palabras de “confianza en Dios” y “reza mucho que Él no nos abandona”.
Gracias Anabel, por ser todo esto y muchísimo más para todos. Te añoro, te quiero
siempre, hermana.
Firman: Rafael Rodríguez y Ana Mari Tineo