HOMILÍA ASCENSIÓN-B (16 mayo 2021)
Mc 16, 15-20
Antes se decía que había tres jueves en el año que brillaban más que el sol, Jueves
Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión. Pero aunque no lo celebremos en jueves,
la Ascensión brilla con luz de Resucitado. Es obvio que hoy no hacemos fiesta por un
desplazamiento físico: Jesús va de abajo hacia arriba. La Ascensión es un eco de la
Resurrección: ese Jesús que murió por todos nosotros, ¡ha resucitado!, ¡está vivo!, ¡es el
Señor!, ¡ha vuelto junto al Padre! Pero para ese viaje de retorno no se ha deshecho de su
humanidad, sino que la ha elevado. La Ascensión es día de dignificación de la
humanidad; es recuerdo de esperanza; convicción de que el camino puede tener muchos
obstáculos, pero el buen final está garantizado.
El evangelio de este domingo, donde se nos relata que Jesús es elevado al cielo y está
sentado a la derecha de Dios, pone mucho énfasis en la misión. El que vino para
ofrecernos su existencia ha podido volver al Padre, pero desde allí sigue intercediendo
por nosotros, sigue siendo ofrenda. Su irse es un estar con nosotros de forma distinta. El
Verdadero Misionero nos deja a nosotros como pregoneros de la Buena Noticia.
Pero todo el que dice creer en Jesús, ¿llega a vivirse como enviado por él a anunciar el
Evangelio? Pues, no; de la misma manera que, pudiendo alcanzar todos la madurez,
algunos nos quedamos a medio camino, al menos en algún aspecto. Entonces, ¿cuáles
serían las etapas que hemos de recorrer para llegar a esa madurez del seguimiento que
nos haría sentirnos enviados por el que está a la derecha del Padre? Vamos a indicar de
forma tosca tres. En primera instancia, normalmente comenzamos a seguir a Jesús por lo
que nos da, por lo que recibimos de él: la paz, el alivio de nuestra culpabilidad, sensación
de no estar sólo, seguridad en la incertidumbre ... Mucho tiempo después, comenzamos
a conocer a ese Jesús que pensábamos que seguíamos. Es curioso que lo que nos hace
pasar de una etapa a otra normalmente es una crisis. Y ya en tercer lugar, nos sentimos
enviados por el que seguimos. Es en esta última etapa donde sentimos que somos lo que
siempre creíamos que debíamos ser. Antes lo de la misión era un mandato externo que
nos costaba asumir; ahora es algo que brota con naturalidad. Con sacrificio, pero sin
esfuerzo, nos sentimos pregoneros del Evangelio. Y lo curioso es que caen todos los
imaginarios de lo que pensábamos debería ser la evangelización. Nos damos cuenta que
eso de evangelizar es vivir la fe en la realidad de la vida cotidiana, confirmando nuestras
palabras con los frutos de buenas obras.
¿Es posible recorrer esta etapas? En la vida cristiana todo es un don y una tarea. El
Espíritu hace posible lo humanamente imposible si nosotros colaboramos creando
condiciones que posibilitan el avanzar en el proceso del seguimiento. Indico tres
actitudes necesarias. La primera: nunca abandones la búsqueda de la verdad sobre ti
mismo aunque el camino te haga pasar por tus peores infiernos. La segunda: nunca
dejes de buscar a Dios en la interioridad aunque tengas que frecuentar con frecuencia los
desiertos secos y poblados de los demonios interiores. La tercera: no dejes de vivir de
forma comprometida aunque descubras que tus compromisos están llenos de
ambigüedades.
Y, no lo olvides, el que ha ascendido está en lo íntimo de tu intimidad llamándote y
haciendo posible la madurez del seguimiento.