Los Misioneros de la Esperanza entendemos que la no violencia no es sólo un método para la resolución de los problemas que provocan las situaciones sociales de injusticia, violencia y opresión. Va mucho más allá. Es un modo de ser, de actuar y de anunciar y vivir la Buena Noticia. Por ello, y ante el creciente clima de agresividad, justificación y frivolización de la violencia con que los niños y los jóvenes se encuentran en el entorno social, es necesario que la no violencia y la espiritualidad y praxis con que la entienden los Mies esté presente de forma transversal en todas las actividades, programaciones y actitudes con que se realice la tarea evangelizadora y en la cotidianidad de los momentos que se comparten con los niños y los jóvenes.
De este modo, será la no violencia el método con que los agentes evangelizadores impregnen, en lo intelectual y en lo vital, el modo en que los niños y los jóvenes aprendan a resolver sus conflictos y a encarar las relaciones y problemas a nivel personal, ambiental y social. El modelo a seguir será el mismo Jesús.
La pedagogía de la no violencia no abarca tan sólo el modo en que nos relacionamos con los demás. Es también una espiritualidad concreta y profunda. Por esta razón, en los procesos formativos y catequéticos de iniciación a la vida espiritual, el espíritu de mansedumbre activa que emana de las bienaventuranzas es algo que debe ser cultivado y provocado de forma adecuada a las edades y capacidades de cada niño y cada joven como elemento esencial del descubrimiento y el crecimiento en la fe.
También, y como parte de la atención a la formación integral de los niños y los jóvenes, se procurará la adquisición de habilidades, destrezas y criterios de reflexión y posicionamiento críticos y de capacidad y deseo de acción frente a la realidad social, así como de la conciencia personal de vocacionado a colaborar en la transformación del mundo, en la construcción del Reino y la búsqueda de la justicia. En este sentido, se tratará de que los niños y los jóvenes se sientan comprometidos a la acción a favor de los hombres, tanto en su entorno más cercano como en lo social y mundial. No debemos olvidar que son cristianos en formación para la misión de dar de nuevo a la entera creación todo su valor originario (CFL 14). Lejos de encerrar a los niños y a los jóvenes en una espiritualidad de carácter intimista, hay que hacer descubrir la llamada a ser verdaderos laicos, esto es, actores, desde el evangelio, en los mundos de la familia, el trabajo, la cultura, la política, la economía, los asuntos sociales, el arte, las ciencias, etc., y debemos tratar de capacitarlos para que puedan dar adecuada respuesta desde la no violencia, tanto a nivel personal como a nivel de grupo, ya se trate de un centro de niños, de jóvenes o de cualquier proyecto apostólico en el que se trabaje.
Hay que conseguir que los niños y los jóvenes se sientan pacificadores, mediadores y sembradores de paz.