“Un santo triste es un triste santo”. Aplicando esto a la misión, el misionero que desarrolla su labor desde el pesimismo y la falta de alegría, no hace suyo el llamado de Pablo a los Filipenses: “estad siempre alegres”. Desde el amor a los niños y jóvenes y desde el convencimiento en que la medida colmada de nuestra felicidad está en la vivencia de nuestra vocación, no podemos sino desbordar alegría y contagiar ilusión en nuestra labor misionera. Siempre habrá dificultades, pero siempre repetiremos con Diego Ernesto: Amor y Alegría.