La enseñanza de la parábola es doble. Ante todo dice que el mal presente en el mundo no viene de Dios, sino de su enemigo, el maligno...La actitud del propietario es la de la esperanza fundada en la certeza de que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra. Es gracias a esta paciente esperanza de Dios que la misma cizaña, es decir, el corazón dañado por tantos pecados, con el tiempo puede convertirse en buen trigo. Pero cuidado: la paciencia evangélica no es indiferencia al mal; ¡no puede haber confusión entre el bien y el mal!.